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Ruido de sables ensangrentados en Villa Montes

Un capítulo más dentro de la historia del autoritarismo en Latinoamérica, que satura hasta el hartazgo su historiografía, se había escrito en Bolivia
Luis Agüero Wagner
lunes, 25 de noviembre de 2024, 11:18 h (CET)

De los casi incontables golpes de estado que saturan la historiografía latinoamericana, el corralito de Villa Montes, golpe militar en Bolivia, que se encontraba envuelta en una guerra internacional con Paraguay, fue uno de los más insólitos.


El 26 de noviembre de 1934, el presidente Daniel Salamanca ordenó la destitución de Peñaranda y nombró nuevo comandante a Lanza. Según su correspondencia privaba, el presidente consideraba que desastre de El Carmen, unos diez días atrás, había sido la prueba final de insuficiencia del alto comando destituido.


El presidente y su comitiva habían partido de La Paz rumbo a Villamontes cinco días antes, con varios ministros, jefes militares, el vicepresidente electoral y su hijo, el subteniente Hernán Salamanca.


Fue un trayecto signado por la tensión y el nerviosismo, en un trayecto con varias escalas, y donde fueron interrumpidos por varias alertas de posibles conspiraciones.


En Cochabamba, el día 22 se incorporó el Teniente Coronel Miguel Candia, y el 24 de noviembre, en Santa Cruz, el general José Luis Lanza, recuerda en sus memorias el hijo del presidente. Lanza era considerado el hombre de confianza de Salamanca, quien ya luego del desastre en Campo Vía había pensado nombrarlo comandante, pero fue persuadido por David Toro y otros que Peñaranda era el más apto, por haber logrado escapar del cerco de Campo Vía. En realidad, según fuentes bolivianas, Peñaranda nunca había estado cercado, pues estaba demasiado concentrado en protagonizar una huida meteórica para alejarse lo más rápido posible del escenario de las operaciones.


El 25 de noviembre la comitiva presidencial siguió el viaje por vía aérea hasta Villamontes, donde se llegó a la hora dieciséis. De la pista de Aviación se dirigieron a la casa de la empresa Staudt, donde se alojaría el presidente.


Luego de acomodarse en el lugar, llegó el coronel Angel Rodriguez para exponer la situación militar de la guerra, y aunque Salamanca manifestó no querer escucharlo, accedió para que lo escuche el ministro de Guerra.


Al día siguiente se dictó la orden de separar del cargo a Peñaranda, y reemplazarlo por José Luis Lanza. Esa noche, varios oficiales y autoridades visitaron al presidente, hasta que se hizo de noche y la casa quedó en silencio.


Era la calma que precedía a la tormenta.


Al día siguiente, poco después de clarear, de un convoy de camiones del ejército boliviano descendieron medio millar de hombres frente a la casa donde se alojaba alojamiento la comitiva presidencial.


El ministro de la Guerra, el general Lanza y un teniente coronel salieron al encuentro, para iniciar una violenta discusión con un coronel que dirigía el atraco, en el cual participaban tropas que abandonaron el frente que se encontraba a pocos kilómetros de distancia.


El escándalo hizo que despierte el presidente Salamanca, que al salir de la casa se encontró cara a caa con el destituido general Peñaranda. El general Lanza hizo ademán de sacar su arma reglamentaria, pero fue desarmado por oficiales que lo rodeaban, sin dejar de forcejear. El general Peñaranda amenazó con ordenar ametrallar, a lo que Lanza respondió que prefería la muerte a la deshonrosa situación creada, para luego arrancar las insignias que llevaba diciendo que le daba vergüenza ser un general boliviano.


Fue así que el presidente constitucional de Bolivia, los jefes leales y ministros, fueron rodeados y reducidos a prisión, para luego ser forzados a renunciar.


Recién el 2 de diciembre de 1934 antes del mediodía, el Coronel Victorino Gutiérrez, se presentó ante el derrocado presidente Daniel Salamanca, quien seguía detenido en Villamontes.


Les comunicó que serían trasladados a Santa Cruz de la Sierra, para lo cual abordarían un trimotor que ĺegaría a destino a la hora 14.


El vicepresidente, José Luis Tejada Sorzano, había asumido la presidencia, y el Diario La Nación de Buenos Aires transcribía diarios de La Paz, los cuales destacaban la continuidad del Doctor Alvestegui en el Ministerio de Relaciones Exteriores.


Según la prensa, constituía un reconocimiento de sus servicios a Bolivia.


El diario La Razón afirmaba que era para el canciller la más significativa compensación que daba el país al talento, patriotismo y acierto con que había dirigido los asuntos internacionales en una hora difícil de la historia del país.


Un enviado especial argentino a Asunción, reproducía partes de un artículo de fondo publicado en El Diario de esa capital, sobre el golpe de estado en Bolivia, definiéndolo como una consecuencia lógica de la exteriorización violenta de un estado de conciencia colectiva, fruto del ambiente creado contra de la prosecución de la guerra, que había producido inmensas pérdidas de vidas y de riquezas a Bolivia.


Pronto las esperanzas de una paz se disiparon. En una proclama dirigida al ejército, el nuevo presidente de Bolivia declaró que su gobierno se proponía dedicar la totalidad de sus esfuerzos a la guerra.


Las victorias paraguayas habían minado la autoridad del presidente Salamanca, quien decidió convocar a elecciones generales, dando un decidido apoyo a su candidato Franz Tamayo, quien triunfó, pero este golpe militar le impidió asumir.


A pesar de la evidente ruptura institucional, como en tantas otras oportunidades, el elegido por el ámbito castrense hizo esfuerzos por aparecer como un legítimo presidente constitucional.


Un capítulo más dentro de la historia del autoritarismo en Latinoamérica, que satura hasta el hartazgo su historiografía, se había escrito en Bolivia, doble víctima de un simiesco ensayo imperialista. LAW

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