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El pasado 23 de febrero fallecía en Barcelona Miguel Massanet Bosch, colaborador de Diario Siglo XXI durante casi 16 años, tiempo en el que publicó cerca de cuatro mil artículos de opinión en su columna ‘Hablemos sin tapujos’, en la que analizaba la actualidad política y social.
Nadie puede pensar que este enorme despilfarro que Pedro Sánchez está llevando a cabo se puede mantener sin que existan importantes grupos económicos, masones, grandes capitalistas interesados en debilitar a Europa, como el señor George Soros el financiero y sus redes de influencia que en un estudio de los periodistas Castro y Ferrer desvelan el papel que este señor tuvo en el 2017, en los acontecimientos que condujeron al referéndum ilegal del 1º de octubre.
En ocasiones conviene esperar, no precipitarse ni adelantare a los acontecimientos antes de comentar una noticia, de responder a los que sacan conclusiones de los acontecimientos interesadas o de desmentir a aquellos medios de prensa o propaganda, que siempre están dispuestos a justificar, quitar hierro o desmerecer los triunfos de sus adversarios políticos, cuando las cosas van mal dadas para sus propios intereses.
Nunca, en lo que España lleva de democracia o, al menos, de una supuesta democracia, se había producido una situación tan abracadabrante y peligrosa para la nación, como esta en la que nos encontramos. Nuestro presidente del gobierno ya no se toma la molestia de disimular, ni se esfuerza en mantener un simulacro de Estado de Derecho.
Nos están machacando hasta la saciedad, insistiendo en que la derecha actúa motivada por el odio ¿hacia quién? Hacia nadie, lo que sucede es que para quienes hacen de la propaganda negativa del contrario su mejor arma para combatirlo, el utilizar expresiones semejantes les suele resultar rentable entre una población que deberemos admitir, en muchos lugares y circunstancias locales se siente atraída por todo lo que sea potenciar viejos resentimientos.
Si alguien tuviera alguna duda sobre lo que se trae entre manos el señor Pedro Sánchez y el ramillete de colaboradores de su gobierno y del resto de instituciones, en las que ejerce su poder absoluto, bastaría con escuchar las declaraciones de la señora Isabel Rodríguez García, ministra de Política Territorial y portavoz del Gobierno, sobre lo que opina del PP, del señor Feijóo y de las responsabilidades que, con toda la cara dura del mundo, le viene atribuyendo.
En España la mordaza, unas veces voluntaria y otras debida a las presiones del actual Gobierno, privan a la ciudadanía de conocer lo que se esconde detrás de cada uno de los actos gubernamentales. Por ejemplo, se ha de rebuscar entre las páginas interiores de la prensa la noticia de que el Tribunal de Cuentas pide a Bruselas cómo se sancionará a España, reprendiendo a la Comisión por ser poco estricta con España en la valoración de los hitos del Plan de Recuperación.
Una vez más hemos estado a punto de cometer una de estas pifias que pueden acabar siendo dramáticas. El PP no puede andar continuamente circulando por el filo de la navaja sin que, en cualquier ocasión, acabe cometiendo un error de estos que pueden significar para España y los españoles, caer definitivamente en manos de estos que, en la actualidad no dejan de hacer méritos para conseguir el poder absoluto sobre la nación española.
Empeño vano, absurdo, desfasado y provocador de insistir en sacar a relucir una vez y otra la guerra civil de 1939, como medida para atacar a una derecha supuestamente “peligrosa”, “golpista”, “extremista” y “revolucionaria” por parte de aquellos partidos que se sienten lacerados, humillados, rencorosos y, en definitiva, temerosos de que pudieran surgir de nuevo quienes recobraran el espíritu de aquellos tiempos.
Estamos en plena efervescencia propagandística. El Gobierno se ha lanzado en tromba para intentar, por todos los medios, conseguir cambiar el sentido de lo que se anuncian como evidentes derrotas del partido o partidos gobernantes en los próximos comicios que se avecinan. Promesas y más promesas por parte del Ejecutivo que no mira en gastos cuando se trata de ir comprando votos allá y acullá.
Cuando un gobierno necesita apoyarse, para ser efectivo o, al menos, hacerse la ilusión de serlo, en toda una parafernalia excesiva de personas que, en apariencia, le ayudan en su función gubernamental, lo primero que se le ocurre al ciudadano de a pie es preguntarse si la persona a la que las urnas le ha conferido el poder, le han entregado los destinos del país y le han conferido la potestad de hacer y deshacer, era la que verdaderamente precisaba España o no.
No se trata de unas voces discrepantes ocasionales, ni de una queja interesada. Lo que se repite, una y otra vez, en cada nueva celebración de la fiesta de la Hispanidad, con mayor fuerza, estruendo e intensidad, es la expresión de un descontento creciente, de una frustración irreprimible, una añoranza de patriotismo que, en cada ocasión, resulta más patente, extendida y, a la vez, exigente.
Nunca llegamos a pensar que un sujeto de los del montón, un personaje fatuo y convencido de ser el eje del universo, iba a ser capaz de darle la vuelta a nuestra nación con la facilidad con la que ha conseguido hacerlo el señor Pedro Sánchez, del partido socialista español.
Resulta algo extraño y difícil de asimilar el hecho de que, en España, un país que hace años que dedica sus máximos esfuerzos a promocionar el turismo, de un tiempo a esta parte y luego que la pandemia de Covid 19 hiciera estragos en nuestra economía, se produzca, en una parte de nuestra ciudadanía, podríamos decir que en el sector más izquierdista de nuestra sociedad, un movimiento de cierto rechazo.
Mientras Aragonés y Junqueras se dedican a acabar por su cuenta con las alianzas separatistas en Cataluña, en el resto de la nación española el pesimismo se va haciendo dueño de un pueblo que ya se está empezando a dar cuenta de que, en cuanto a recuperación económica, nada hay de las promesas sanchistas de una vida mejor en manos del socialismo.
Hubo un tiempo en el que contemplar aquellas magnas demostraciones de fuerza, disciplina y precisión de los desfiles en la nación rusa, nos erizaban los vellos a cualquiera que contemplase aquella uniformidad, exactitud de movimientos, y pasos milimétricamente ajustados de aquellos soldados, imponentes y marciales, que la Unión Soviética se ocupaba, mediante su poderoso aparato de propaganda, de que se proyectasen en todas las naciones de occidente.
Nos sorprendemos, mejor dicho, se sorprenden porque, en Italia, han ganado los de la derecha, no los de la ultra derecha como se vienen obligados a calificar aquellos que son incapaces de aceptar el que pueda haber una oposición legítima a sus ideas trasnochadas, obsoletas y rancias como son las que defiende el comunismo tipo soviético que algunos insensatos están intentando que vuelva a formar parte de esta vieja Europa.
Es posible que haya alguien que tenga una explicación razonable, medianamente creíble y lógicamente aceptable del comportamiento de este gobierno, en pleno estado de desconcierto, que dirige, si se puede entender así, el destino de esta nación.
Como Putin, en su guerra contra Ucrania, el señor Pedro Sánchez se ha visto obligado a recurrir a todas sus reservas mediáticas para afrontar una situación que, solo hace unos meses, no hubiera podido imaginarse. Las encuestas no parece que reflejen el que sus esfuerzos estén dando el fruto apetecido.
La señora Montero con sus declaraciones no hace más que incurrir en uno de los más repugnantes intentos de interferir en la educación de una juventud incapaz, por si sola, de entender, analizar, sacar conclusiones y defenderse de aquellos experimentos malignos destinados a pervertirla, adoctrinarla, confundirla y encaminarla por derroteros que la induzcan al vicio.
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