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Turismo sí, turismo no, el sino de una España indecisa

No da la sensación de que estemos en condiciones de poner en cuestión un elemento tan indispensable de la economía de nuestra nación
Miguel Massanet
martes, 11 de octubre de 2022, 09:09 h (CET)

Resulta algo extraño y difícil de asimilar el hecho de que, en España, un país que hace años que dedica sus máximos esfuerzos a promocionar el turismo, de un tiempo a esta parte y luego que la pandemia de Covid 19 hiciera estragos en nuestra economía y, en especial, en lo que hacía referencia a uno de nuestros principales proveedores de divisas, el sector turístico, que lo llevó a una situación crítica como no había tenido lugar a lo largo de muchos años; se produzca, en una parte de nuestra ciudadanía, podríamos decir que en el sector más izquierdista de nuestra sociedad, un movimiento de cierto rechazo, de lo que podría entenderse como una antipatía a lo que se viene considerando como un overbooking o una sobresaturación de turistas, que visitan nuestro país en sus vacaciones, en sus viajes de negocios, en sus encuentros culturales y en su deseo de disfrutar de un clima privilegiado del que no disponen en sus propios países.


El inicio de esta política en contra de un turismo que se empezó a considerar “molesto” o “abusivo” lo tenemos, como no podía ser menos, en el ayuntamiento de Barcelona, dirigido por una comunista acérrima, la señora Ada Colau que decidió, motu propio, cuando de una manera insólita alcanzó el cargo, que ella iba a ser la que fijase la forma de vivir de los ciudadanos de la urbe, dando por supuesto y poniendo en práctica, que estaba por encima del bien y del mal y, en consecuencia, no iba a acatar ninguna ley estatal que a ella no le pareciera bien. 


Esta percepción respecto a que un turismo abundante, generoso en la utilización de hoteles, restaurantes, comercios de toda índole, asistencia a espectáculos, excursiones y demás entretenimientos, parecía que molestaba a ciertos ciudadanos escrupulosos, poco receptivos, celosos de su intimidad ciudadana y defensores a ultranza de que, Barcelona, debería pertenecer en exclusiva a los catalanes; parece que ha calado en otras parte de nuestra geografía como en Baleares donde mis paisanos, los mallorquines, que no parece que se hayan enterado de que en las “illas” desde tiempos muy anteriores a la Guerra Civil, el turismo ha venido siendo la industria que más a contribuido a la sostenibilidad de los baleáricos.


En el caso de Mallorca, le recordaría a la señora Francina Armengol que, cuando las almendras, los huertos familiares y las escasas cosechas que la falta de agua permitía que se recolectasen en la isla, aparte de unas fábricas de calzado, el negocio mejor y más rentable, desde el archiduque Luis Salvador, gran promotor del turismo en la isla pasando por los personajes  ilustres que la visitaron, como Chopin y George Sand, se centró en los turistas que, cada vez en mayor numero, visitaron nuestro prestigioso hotel de Formentor y pudieron gozar del clima, el paisaje, las playas y la suculenta gastronomía que el mar, el trigo y los embutidos permitían ofrecer a aquellos huéspedes, muchos de ellos ilustres, bien venidos. Hasta el rey Jaime I, cuando desembarcó cerca de Santa Ponsa y terminó de comer el ágape que le ofrecieron los isleños, no pudo menos que decir: “Ben dinat” ( en catalán; bien comido) topónimo que le fue asignado a aquel lugar, convertido en la semilla de un nuevo pueblo de Mallorca.


Este año, por suerte para los españoles y todo el entramado de negocios que están relacionados con el turismo nacional,  la contención de la Covid 19, un buen clima  (excesivamente seco, es verdad) y la inestabilidad que se ha producido en el resto de la Europa del norte, acompañados  por el deseo contenido de una gran parte de los ciudadanos europeos, ansiosos de realizar los viajes que no pudieron permitirse a causa de la pandemia, usando los ahorros que, forzosamente, tuvieron que hacer a causa de las limitaciones impuestas, por los distintos países, en cuanto a los desplazamientos; ha consentido que, el turismo en general y, particularmente, en nuestro país haya superado las expectativas y, en consecuencia, haya permitido a todos aquellos que han estado relacionados con este negocio, resarcirse de una parte de las pérdidas que venían acumulando, de los años anteriores.


No acabamos de entender, desde nuestra limitada posición de meros ciudadanos, que ahora queramos que el turismo, en general, tenga que ajustarse a nuestra especial idiosincrasia, se tenga que someter a nuestros mandatos restrictivos, se pretenda que, solamente venga el turismo de ricos y no el que ha venido siempre, donde ha habido turismo de todas las clases sociales. Por otra parte, nos choca que la señora Colau, tan comunista, ahora quiera establecer un turismo de élite cuando Barcelona, la que ella misma ha venido proyectando, empobreciéndola, convirtiéndola en un caos circulatorio y creando impedimentos cada vez mayores para una fluida circulación, coartando la movilidad de vehículos, causando embotellamientos y problemas graves para la entrega de mercancías en diversas áreas de la ciudad.


Deberemos elegir, si no queremos seguir en un mar de contradicciones, que sólo pueden tener un resultado final catastrófico para nuestras urbes. Si nos referimos a la capital catalana y seguimos su trayectoria a través de lo sucedido en los últimos años, desde que el señor Mas decidió que había que ponerle un órdago al Estado español, presentando por primera vez la posibilidad de que se solicitase la independencia de la “nación catalana”. Desde entonces se puede decir que esta Cataluña separatista no ha dejado de ir dando traspié tras traspié, hasta dejar se ser una parte de la España tradicionalmente industrial; un destacado centro de la cultura de Europa; la provincia más rica de España y el motor económico indudable de toda la nación española para, paulatinamente, a medida que la rebelión catalanista ha ido en aumento y los empresarios han perdido la confianza respecto a la seguridad jurídica que amparaba sus negocios, y que culminó con el traslado de las sedes sociales de las más importantes empresas catalanas a otros lugares más seguros de la geografía española, especialmente Madrid y Valencia, en un número que superó las 4.000.


Esta desindustrialización de la autonomía catalana se ha pretendido suplir con el incremento del turismo en toda ella, especialmente en Barcelona, con un boom de nuevas construcciones hoteleras, restaurantes, agencias de turismo, incremento de la llegada de grandes trasatlánticos, potenciación del aeropuerto del Prat ( pese a errores garrafales cuando han intentado aumentar su capacidad). Sin embargo, aquí empezó a producirse la gran contradicción que sigue sin resolver. Colau se ha erigido como árbitro, censora, legisladora y, por si fuera poco, ejecutora inmediata de sus caprichos comunistoides, que ha llevado a la práctica antes de que haya podido averiguar la legalidad de dichas decisiones. Son numerosas las sentencias de los tribunales de justicia de la capital catalana y del TS, que van fallando en contra de las normas restrictivas municipales respecto a derechos de propiedad limitados por el Ayuntamiento. Lo malo es que una gran parte de los casos que afectan a ciudadanos particulares no llegan a sustanciarse debido   que, en general, esta clase de personas suelen ser reacias a pleitear con ayuntamientos y organismos públicos que, como es evidente, tienen grandes ventajas respecto a apechugar con semejantes pleitos.


En todo caso, el problema sigue vigente y no parece que tenga visos de solucionarse de inmediato, lo cual no es una buena noticia si tenemos en cuenta que, de momento, no da la sensación de que estemos en condiciones de poner en cuestión un elemento tan indispensable de la economía de nuestra nación.


O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, no parece que sea el momento adecuado, visto lo que está sucediendo en el resto de Europa y del mundo civilizado, para hacer experimentos locales respecto a que, una parte de la nación española tome decisiones de tipo tercermundista y anticapitalistas, sin que el gobierno del Estado pueda, por motivos electorales y de tipo meramente políticos que están en contra de lo dispuesto en nuestra Constitución, algo que desgraciadamente parece que no preocupa demasiado a nuestra clase política, principalmente la de izquierdas.

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