No sé si Ana Obregón era consciente del terremoto informativo que ha originado, además de ensombrecer durante unos días, los graves problemas económicos, políticos o sociales que hoy nos agobian a los españoles. El aluvión de opiniones que se han vertido sobre su tardía maternidad subrogada, ha servido para dividir una vez más a los españoles, entre partidarios o no de utilizar los vientres de alquiler para compensar, como es en su caso, la frustración de una imposible maternidad natural, con el objeto de cubrir el vacío emocional por la pérdida, en edad temprana, de su hijo. ¿Era consciente también del ruido mediático que ella podría haber evitado con una actuación más discreta e íntima en un asunto tan privado? ¿acaso no resultaba patético aparecer sentada en una silla de ruedas como una madre real con su bebé? Respetando su decisión personal que solo a ella le incumbe, la puesta en escena no ha podido ser más desafortunada.
Sería pretencioso desarrollar en el espacio reducido de una columna, todos los aspectos jurídicos, médicos o éticos que rodean a un problema de tanta enjundia como el que provoca en la sociedad española e internacional la gestación subrogada. Pero no está de más recordar algunas recientes declaraciones sobre el tema que me parecen relevantes, para aclarar algunas posiciones desde el punto de vista ético o moral.
El 3 de marzo, 100 expertos entre los que se hallan juristas, médicos, psicólogos o filósofos de 75 nacionalidades, han afirmado en la Declaración de Casablanca que la gestación subrogada “viola la dignidad humana y contribuye a la mercantilización de las mujeres y los niños”. Solicitan a los responsables políticos que no se hagan distingos entre modalidades o tipos de gestación subrogada - remunerada o altruista-... También la Conferencia Episcopal ha manifestado sus “reservas” acerca de esta práctica ya que las mujeres “no son incubadoras” y porque “ser madre en sentido estricto no es un derecho”. Es una fundada opinión, a la vez que una llamada, para que no se frivolice sobre tan sensible cuestión y se evite añadir una mayor confusión a través de la manipulación política y mediática a la que estamos asistiendo.
Sin embargo, las palabras con las que Ana Obregón ha justificado su decisión de “sentirse” madre a sus 68 años de edad: “Llegó la luz llena de amor a mi oscuridad. Ya nunca volveré a estar sola”, quiero creer que demuestran una sincera confesión de un dolor que oscurece el espíritu de cualquier persona que haya sufrido la pérdida inesperada de un hijo. El problema es dónde buscar el consuelo al vacío que se produce en el interior de una persona cuando la vida te zarandea con un golpe traicionero. Ojalá que haya acertado en la búsqueda de esa luz que dice haber encontrado en una criatura, hija de una madre de la que desgraciadamente nadie se acordará y de un padre que nunca existió.
¿Vale la pena alquilar una persona para eso? ¿Será una luz efímera en el tiempo…?
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