El libro del Génesis puede que parezca una fábula para niños, pero hemos de considerar que en él, aunque parezca un cuentecito, se narra la creación del ser humano, y se dice que Dios tomó barro de la tierra, formó, modelando una figura, un muñeco semejante a un hombre, le sopló y ese soplido le infundió un hálito de vida con el que lo vivificó y lo incluyó entre los seres animados. Es cosa que prestemos atención a este acto creativo. Coge un puñado de barro y su soplo, el aliento divino, le da vida. Aunque la teoría de la evolución está comenzando a tener ciertas críticas, ahora las explicaremos, demos por bueno que los seres humanos sólo somos unos simios promocionados. Viene a propósito lo que me sucedió con cierto profesor de religión que tuve. Me preguntó que qué opinaba sobre la evolución, si la había habido o el hombre había sido creado de barro. Contesté esto último. Su respuesta fue otra pregunta contundente: ¿Prefieres venir de polvo inanimado, antes que de un ser animado? Contesté que de un ser animado. Aquí me desarmó, ¿Entonces que tienes en contra de venir de un simio? Al responderle que nada, me replicó: De él descendemos. El profesor era un sacerdote. Darwin y su teoría evolucionista cada vez tienen menos espacio entre los científicos. Tom Wolfe, nada sospechoso de seguir doctrinas religiosas, pues es ateo, manifiesta: “La teoría de la evolución es un cuento”. La teoría de la evolución no cumple con ninguno de los estándares para las nuevas teorías porque, para empezar no es comprobable. La evolución significa que no puedes ver lo que sucederá, a menos que vayas a vivir durante siete millones de años, no se puede explicar, es totalmente imposible. Wolfe remacha su argumento y dice: “Darwin, en su teoría, había aclarado que somos animales, simplemente, más altamente evolucionados que otros…la gente había crecido creyendo que los seres humanos eran almas de Dios, y él decía que veníamos de los monos o algo peor”. No soy ni Darwin, ni Wolfe, pero mi raciocinio, tras una larga experiencia de vida, me ha demostrado que los humanos somos unos seres que al igual que, cuando descuartizaban a un hombre atándole pies y manos a sendos caballos y los arreaban corriendo hacia puntos opuestos, el cuerpo se desgarraba en dos, así son las dos tendencias que arrastran al hombre. Una lo dirige hacia el bien, y otra hacia el mal. De pequeño leía unos tebeos en los que cuando ponían a un crío pensando, al lado de la cabeza, en un bocadillo, aparecía una figura de demonio con dos pequeños cuernos y otra de un ángel con sus alas. Cada uno le aconsejaba una cosa distinta, uno el bien, otro el mal. Esa es la dicotomía de los humanos. Llevamos dentro el germen del bien y el del mal. De la misma manera, somos capaces de realizar los actos más esforzados, desprendidos y altruistas que podemos imaginar, al igual que los más perversos, inicuos y malvados. No es necesario poner ningún ejemplo para sostener mi argumento. La Historia está llena de ellos. Bien de personas que exponen su vida por salvar a un desconocido, o las que disfrutan con el sufrimiento ajeno.
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