Era un domingo electoral y Pedro, un hombre ya maduro, presidente de mesa, ya echaba en falta su autobús que dejó aparcado el sábado para conducirlo nuevamente el lunes. A los ocho de la tarde recibió una noticia en el Whatsapp, le había tocado el premio del euromillón, más de quince millones, después de pagar impuestos. Seguramente pensó con discreto optimismo que en su vida volvería a conducir el autobús de la línea 34 . Ni siquiera recordaba el nombre de su benefactora, la que le rellenó el cupón a su amable petición y que agradeció su gesto con un «suerte y que le toque, quien sabe la vida tiene sus milagros». Una extraña manía, quizás fuese una forma de exculparse en caso de su fracaso, pero la verdad que le aliviaba y era una vieja costumbre de años. Era una mujer joven de alrededor cuarenta años, alegre, simpática y risueña, quizás se llamase Beatriz, no estaba seguro.
El día de las elecciones se tropezó con ella, cuando iba a votar, pero no lo reconoció. Él sí, pero no le pareció oportuno decirle nada, no era el lugar, ni el momento Además era una de esas tantas personas que habían participado en ese extraño ritual que llevaba años haciendo.
La verdad, es que no le había impactado especialmente, pero la cobardía siempre busca excusas, la mayoría cobardes y complacientes.
Por un instante, tuvo la tentación de conducir la situación como conducía su viejo autobús, de más de diez años y que tantas confidencias guardaba de su vida. La verdad es que para un conductor de autobuses no era muy difícil entretener a esas damas, algunas tristes, otras afiliadas a los clubes de los corazones solitarios de multitud de APP y redes sociales. Una de esas mujeres que buscan mejores partidos que los que no gobiernan. A pesar de ello, no era una tarea fácil.
Quizás para Beatriz, las cosas resultasen a las mil maravillas, quien sabe....Para Pedro aquello que no fue nada más que una jornada de elecciones como otra cualquiera, pues volvió a sus paseos interminables y repetitivos de su línea 34, en lugar de pasear tranquilamente en su nueva vida y cuenta bancaria.
Ella por su parte escribía versos nostálgicos, bien metrados y medidos en los que hablaba de ese hombre que había confiado en ella y quién sabe si alguna de las estrofas hacían referencia al transporte público de Zaragoza, buscando conmover un corazón de un encuentro nada casual.
Todo fue inútil. Pedro siguió durante años con la línea 34 y con su uniforme arrastrando seres humanos hacia las ausencias con tickets de ida y vuelta, muy distinto de aquella ausencia sin retorno de la que Beatriz escribía en sus versos de su incidental amigo de estanco y casa de loterías.
Fue él - en honor a aquel encuentro inolvidable- quien en 2045 le asignó en el testamento una última dedicatoria y desesperada despedida de tres millones de euros precisamente en el instante final de su vida. Sería allí donde comenzaría la nostalgia, la amargura verdadera de otras muchas tardes electorales, una cada cuatro años, como aquella en la que se reencontró, al azar, con ese desconocido que confió en ella.
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