Lo mejor de ir dejándose llevar sin rumbo fijo por el centro ciudad de julio, es que el calor distorsiona las distancias y dilata el tiempo, con lo cual todo se relativiza y en algún momento acabas topándote con un lugar interesante. Calle Moratín, 7, y galería La Mercería, por ejemplo. Y su exposición Colectiva “Pléyade”, brillante cierre de temporada.
Las Pléyades originales eran 7, todas hijas de Atlas, que no podía hacerles mucho caso ya que había opositado a sostener el mundo 7 años bajo sus hombros. Esa dejación de funciones las estimuló a buscarse la vida a las órdenes de Artemisa, otro culo de mal asiento. Aprendieron a ser inquietas, independientes y por supuesto, inolvidables. Su luz propia se trasladó a uno de esos clusters de estrellas donde solemos olvidar los pensamientos en las noches de verano. Aquí en la Tierra inspiraron el nombre a una cantidad considerable de grupos de artistas compuestos por siete mentes creativas. Como en toda estrella que se precie, acabamos olvidando su nombre a cambio de que nos llegara su luz.
Entrar en “Pléyade” es hacerlo en una constelación creativa, sin necesidad de curvar el espacio para llegar a cenar a casa a tiempo. Nos recibe una imagen clásica y a la vez futurista de Marcos Juncal.
El pórtico adecuado. A primera vista nos sorprende la distribución, que no permite al ojo que observa por primera vez el espacio, detenerse demasiado en el mismo punto. La mirada, que tiende a caer a nuestra izquierda queda atrapada por la concertina vertical enrollada de Lluís Masià, que aparte de comisariar esta colectiva, viene a decirnos que dejemos las expectativas en la puerta y simplemente disfrutemos de lo que vamos a ver. El juego de vinilos de Jacobo Eid preceden a Paco Dalmau y su particular exploración de los límites del color y las sombras, mientras que David Sánchez realiza un ejercicio brillante de geometría pasada por el tamiz del metacrilato. Finalmente, tenemos a German Bel y esa batalla entre luz y oscuridad que él vislumbra, en un claroscuro continuo que resulta perturbador en su sencillez.
El recorrido continúa con Raquel Garin y su especial pléyade de imágenes, un puzzle que cambia de forma conforme vuelves a mirarlo, y que consigue el efecto de prolongar ese estado de expectación que nos acompaña desde un principio, al que se suman Walter Wail y Vicent Carda, el cual nos propone un atajo rápido a la infancia, con una de esas obras que se quedan a vivir dentro sin hacer apenas ruido. La aportación de Lucia Moya es la imagen de presentación de la exposición, y sinceramente, no se me ocurre otra mejor. A su lado tenemos un derroche de color y forma, cocinado por Lolo Camino Sos, que parece desbordar el estrecho marco que lo contiene.
Oscar Seco debe tener siempre acomodo en cualquier exposición de inclasificables, y aquí nos ofrece un bonito día cualquiera en las oficinas del apocalipsis. Roice183 y una de sus imágenes características dejan paso a un nuevo collage, el de Pedro Kouba. donde resalta la imagen clásica que vuelve a unirse con la columna de Marcos Juncal, cerrando un cuarto de hora gozoso, en el cual todo ha dejado de existir, excepto la convicción de que la creación y su disfrute nos llevan tan lejos como para poder contemplarnos en el cielo de cualquier noche de julio.
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