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Plaza centrífuga

El 15 M nos mira desde el andén sin saber si nos hemos equivocado de tren
Ángel Pontones Moreno
martes, 17 de mayo de 2016, 00:41 h (CET)
Comienza uno de los mejores relatos de Jorge Luis Borges con la muerte tras penosa enfermedad de Beatriz Viterbo, mujer fascinante ante la que el narrador de la historia solo puede expresar devoción. Las primeras líneas del texto nos refieren a un cambio en una de las carteleras de anuncios de la Plaza Constitución, que pasa a anunciar una nueva marca de cigarrillos. Este hecho afecta más que cualquier otro a nuestro hombre pues en él ve el primero de una serie infinita de cambios que lentamente irán alejando de Beatriz a un universo que sigue metido en su transcurrir cotidiano.

Reconozco que el fin de semana pasado, rodeado de tanta o más gente que hace cinco años, cuando Beatriz Viterbo aún despertaba en muchos corazones la ilusión de lo factible y su voz sonaba fuerte y clara a través de cada proclama, y parecía cimentar de ilusiones factibles un edificio con demasiadas goteras, este fin de semana digo, vi demasiada ausencia en cada mano que agarraba vacilante su micro para impostar con él dos o tres frases que ya no miraban adelante sino que se limitaban a recordar.

Me encantaría pensar que no es así pero creo que muchos nos quedamos en esa plaza hace cinco años, escuchando a Beatriz. Y este mundo se nos aleja a la misma velocidad que la esperanza.

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En nuestra realidad circundante, en lo que solemos citar como nuestro entorno, el sistema judicial tiene como objetivo no la Justicia, abstracción platónica que nos trasciende, sino garantizar, con realismo y en la medida de los posible, la igualdad de los ciudadanos ante la ley, que no es poco. Por eso hablamos de Estado de Derecho, regido por la Ley.

Estamos habituados a tratar con las apariencias, con la natural propensión a complicar las cosas en cuanto pretendemos aclarar los pormenores implicados en el caso. Los pensamientos son ágiles e inestables. Quien los piensa, el pensador o pensadores, representa otra entidad diferente. Y curiosamente, ambos se distinguen del fondo real circundante, este tiene otra urdimbre desde los orígenes a sus evoluciones posteriores.

Dejó escrito Salvador Távora sobre Andalucía que «la queja o el grito trágico de sus individuos sólo ha servido, por una premeditada canalización, para divertir a los responsables». No sé si mi interpretación es acertada, pero desde que vi por primera vez su obra maestra, Quejío, en el teatro universitario de Málaga creo que muy poco después de su estreno en 1972, el término adquirió para mí un sentido diferente al que antes tenía.

 
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