Argentina ha afrontado este domingo sus cruciales elecciones generales. El país atraviesa una situación muy compleja ante la acuciante falta de divisas producto de la combinación explosiva de una estructura económica desequilibrada, la deuda inexplicable contraída por el ex presidente Macri con el FMI, una grave sequía que afectó sensiblemente las exportaciones del agro, la pandemia y errores propios del actual gobierno peronista. Si se impusiera alguna de las opciones neoliberales el panorama puede agravarse hasta límites impensables.
La irrupción inesperada de una fuerza extrema de lo que podríamos (mal) llamar ultraderecha sacudió la regularidad de hecho del escenario político argentino, imponiéndose sorpresivamente en las primarias (denominadas PASO) con un conjunto de propuestas que relegaron a la otra fuerza neoliberal (Juntos por el Cambio) al segundo puesto y al oficialismo al tercero, en un hecho sin precedentes para un justicialismo históricamente hegemónico.
Javier Milei se convirtió así en el outsider favorito para la compulsa dominguera, aunque el resultado del comicio es una verdadera incógnita. El candidato anarco-liberal ha prometido una serie de medidas cuya aplicación es como mínimo dudosa en un país con una tradición democrática y un ejercicio cotidiano de movilización popular que no admite parangones en la región. El descabezamiento de las universidades y la salud pública, la reivindicación del genocidio de la última dictadura cívico militar, los improperios reiterados contra el Papa Francisco, el impulso a la libre portación de armas, la eliminación de las pensiones oficiales, el desprecio explícito por los derechos de las minorías y la desregulación total de la economía son algunas de ellas.
Milei logró capturar el voto de una porción importante del padrón electoral, sobre todo en amplios sectores frustrados y decepcionados con la política y lo político. Un fenómeno que no es patrimonio del país austral.
Sergio Massa, candidato presidencial oficialista y Ministro de Economía debe lidiar contra una inflación anual de tres dígitos y la licuación progresiva de los salarios, mientras los indicadores sociales empeoraron de manera visible. Sin perjuicio de esta situación objetiva, se espera que el candidato peronista obtenga alrededor de un 30% de los sufragios y se meta de cabeza en el balotaje. No obstante, Massa ha hecho una campaña intachable en términos propositivos.
Patricia Bullrich, la referente del macrismo, aparece en las inconfiables encuestas preelectorales como la tercera en disputa, en un marco siempre ajustado.
Cualquiera sea el resultado de las elecciones, incluso si se llegara a una segunda vuelta, la situación es verdaderamente inquietante frente a la posibilidad del acceso al poder de un espacio político que ni siquiera puede convivir con el marco de una democracia formal.
Un contexto que las fuerzas políticas del campo popular no esperaban hasta hace apenas un lustro, aunque ya entonces se advertían gramáticas, consignas y retóricas que daban la pauta de un retroceso en el espiral de la conciencia democrática. Algo que tampoco ocurre solamente en la Argentina. La única diferencia que conserva el país es la existencia del peronismo y su capacidad para rehacerse y convertirse en un dique de contención de estos extravíos. El tono predominantemente potencial de mi artículo no hace más que transmitir la incertidumbre que atravesamos por estas horas.
|