Nos legó Valle Inclán el esperpento originario al escribir Tirano Banderas. De la Grecia antigua procede el término “tiranía”, precisada por Aristóteles como monarquía en la que se ejercita el poder de modo despótico, aunque fueron, en realidad las tiranías, en el arcaico mundo helénico, un paso intermedio entre la oligarquía y la democracia, entendida esta última con las limitaciones del contexto. En tiempos contemporáneos, se inicia con Valle la representación literaria del tirano o dictador iberoamericano, en una serie que prolongarán autores como García Márquez y otros, como Vargas Llosa (La fiesta del Chivo o, más recientemente, Tiempos recios).
Parecen estar inmersos esos dictadores en un universo lejano y ajeno, con su mesianismo megalómano, la tendencia psicopática a la eliminación de adversarios y opositores, el nepotismo corrupto y la amoralidad encubierta tras la vacua retórica, todo ello en una suerte de nebulosa ajena al orbe desarrollado. Pero sus contornos literarios no implican necesariamente que pertenezcan solo a ese tiempo y ese espacio. El personaje, desposeído de las formas de un momento determinado, resulta intemporal.
Sigue habiendo dictadores y dictaduras, desdibujada su índole por la tendencia general del orbe al totalitarismo. Y, asimismo, abundan los aspirantes a dictador, narcisos y toxicómanos del poder, dispuestos cualquier cosa para obtenerlo o mantenerse en el mismo. Según Seth Davin Norrholm (1), de la Universidad de Emory, Atlanta, el narcisismo y la emanación de energía sexual son rasgos típicos de todo dictador. Siguiendo a este doctor, rebosan los dictadoresconfianza en sí mismos y suelen ser mentirosos profesionales, además de carecer de empatía, como todo psicópata, utilizando el sadismo en su lucha por el poder.
¿Podemos pensar que se refiere el perfil indicado solo al modelo de dictador militar descrito sobre todo por autores hispanoamericanos? No lo creo, pues siempre los maniacos ávidos de poder muestran los mismos síntomas, aunque varíe el aspecto en función del escenario histórico concreto. Verbigracia, no suele importarles la ideología, ni tampoco los principios, y toman una u otros en función de lo que resulte más conveniente para sus fines. Tras la Segunda Guerra Mundial, han predominado los dictadores clasificados a la izquierda, según los datos de Bastian Herre, cuyo estudio (Identifying Ideologues: A Global Dataseton Chief Executives), publicado en 2021, y que se puede encontrar en Internet, establece que, en 2020, el 41% de las autocracias que existían eran de izquierdas, frente a un 23%, que se podrían clasificar en la derecha, tomando como referencia aquellos regímenes con un sesgo claro, y completando el resto otros de más difícil clasificación hasta sumar el centenar de rigor para el porcentaje. Gran parte de esos regímenes responden sin duda a circunstancias políticas concretas, al margen de la personalidad de quien ostenta el poder. Pero no afecta ello a los dictadores, o aspirantes, de los que aquí tratamos; para ellos, el ideario es solo el pretexto para imponer su poder y trazar una línea entre los buenos y los malos. Y precisamente por ello, no atesoran predilección por una campo ideológico concreto, pues su elección no es moral, sino táctica, y también estratégica, y se aferran, así, a un supuesto ideario, que utilizan y manosean, según las circunstancias, con la mendacidad y la manipulación como métodos. Como consecuencia, cuando el aspirante a dictador se acerca al poder, o lo ejerce de manera temporal, acaba por convertirse en peligro para la libertad, el bienestar y el pluralismo. Y hasta aquí escribo. Queda el resto a discreción del recto entender de cada lector, (1) Seth DavinNorrholm: “ThePsychologyofdictadors: Power, Fear and Anxiety”, En Anxiety.org, 21 de octubre de 2023
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