El sentido común ruega que hoy hablemos de logros y legados, que suelen ser el camino más rápido y preciso para mostrar el paisaje completo. Pero hoy la cabeza pide ranas y escorpiones. Para llegar a ellos echamos mano de Esopo, que vivió hace 2500 años y en sus fábulas usaba animales para identificar nuestros hábitos y flaquezas. En esta en particular tenemos a la rana y al escorpión, con los colores cambiados, situados junto al antiguo cauce del Turia, tan antiguo que aún estaba lleno de agua hasta los topes y ni siquiera tenía puentes para cruzarlo. El escorpión, que no sabe nadar y acaba de acceder a la cartera de Cultura con el fin de darle la vuelta como un calcetín, le pide a la rana directora gerente del Consorcio de museos, subirse encima de ella para cruzarlo:
-¿Y cómo sé que no me picarás?
-Tus fuentes de información son erróneas. He sido torero pero no picador. Si no me buscas las cosquillas no tienes porqué encontrarme. Y picarte no tiene sentido pues nos ahogaríamos los dos.
La lógica del escorpión es impecable y la rana acepta el trato. Comienzan a cruzar el río por una zona poco ancha, justo a la altura donde 2000 años se edificará el antiguo monasterio que derivará mucho después en el Centre del Carme. A mitad del trayecto la rana nota un picotazo inconfundible.
Mientras el veneno penetra en ella, se queja con toda la razón:
-Pero ¿por qué?
-No he podido evitarlo -responde el escorpión. Está en mi naturaleza.
Volvamos unos meses atrás, al 28 de mayo de 2023, o unos días después, al 15 de junio, cuando se produce el nombramiento del nuevo equipo de cultura del Consell. Ese día no solo se conocen la rana y el escorpión, sino que confirman todos sus presentimientos respecto al otro: Son agua y aceite.
Justo en ese momento es cuando se pone en marcha el mecanismo de una cuenta atrás inaudible pero inevitable, cuya conclusión llegó ayer 21 de noviembre, en una despedida intempestiva, triste pero al mismo tiempo emocionante, por la calidad humana del personaje, su entereza y su rebelión tranquila ante las circunstancias. Las palabras que pudimos escuchar ayer resumen la situación mejor que cualquier análisis posterior. Mucho mejor de hecho, pues las recorre la coherencia del que se marcha sin deber nada a nadie, y la llama de esperanza que habita en todo “hasta luego”.
De poco o nada ha servido la imagen respetada e independiente de José Luís Perez Pont, ni el trabajo bien hecho. Ni siquiera el entusiasmo en la tarea, que ha permitido al titular multiplicarse estos años en un sin número de actos culturales de distinto calado. Tampoco la cercanía del personaje o su aversión a cualquier conflicto. Ya puestos, ni el contrato, prorrogado en 2021 y hecho trocitos a correprisa, en aras de quitarse de en medio una voz que se entendía discordante, para darle el mando a otras manos amigas y dóciles, que al parecer entienden lo que no comprenden (o no manejan) como una mancha oscura en su foto perfecta, como un extraño anatema a conjurar.
La forma en que el nuevo equipo de Cultura entiende aquello que gestiona, dista años luz de las ideas y el talante del que se marcha. No me atrevo a aventurar que opinión les merece la Cultura, que es lo que entienden por ella más allá de un escaparate para figurar, o un campo de pruebas para mostrar su particular idea del mundo en el que viven. El mundo es el mismo y respiran el mismo aire, pero por cómo funcionan podrían residir en la otra esquina del universo.
Hay un regusto amargo que recorre la pobre satisfacción de ver cumplido aquello que esperas que suceda. Es la patita que siempre esperaste que asomara, y también la profecía autocumplida más segura que recuerdo. Y todo porque la cabra siempre tirará al monte, y el escorpión al fondo del Turia. Sé que estas palabras resbalarán suavemente por el caparazón de aquellos a los que les suena que Esopo pesa 500 kilos y pertenece a la Ganadería Domecq. Realmente no estaban dirigidas a ellos.
Hay quienes se despiden con elegancia y sin ruido, como ayer, y quienes necesitamos glosar un grito de protesta, como hoy.