Todos los años, cuando llegan estas fechas, nos ponemos a buscar regalos para complacer a nuestros más allegados. Es algo así como una obligación porque vienen los Reyes, porque es algo innato que hay que hacer. Lo que sucede es que a medida que nos vamos haciendo mayores, esa ilusión por estas fechas la vamos perdiendo. Y no es que sea algo malo, sino que se va convirtiendo en algo diferente. Aquellas personas que tengan hijos, sobrinos o nietos, verán que se vive de otra manera porque los niños, en algunos, despiertan de nuevo esa parte infantil que debido a las exigencias y responsabilidades del día a día, habían perdido.
Y cuando esos niños son pequeños todo se vive mejor porque a medida que vamos creciendo parece que nos vamos agriando, que vamos odiando estas fechas, muchas veces por motivos justificados como la pérdida de un ser querido y otras, porque no entendemos la idea de tener que reunirnos juntos y en consecuencia, tener que regalar algo a personas a las que apenas vemos. Y es que hoy en día, un regalo ya no se mide por la intención del mismo, sino por el valor económico que tiene. Ya no importa quién haya tenido el detalle de regalarlo, sino el precio que éste tenga. Y no estamos hablando sólo de los niños, que cuando llegan a una determinada edad van perdiendo algunos valores como puedan ser la humildad o la sencillez, sino también de los adultos que medimos bajo el mismo rasero.
Deberíamos valorar más a la persona que ha hecho el esfuerzo en buscar tiempo en regalarnos algo que al objeto en sí mismo. ¿Qué importa que sea más caro o más barato? Si lo importante es que alguien ha dedicado parte de su tiempo en nosotros. Ha invertido momentos en pensar que nos puede o no gustar, y no merece que la persona que recibe el regalo, lo cuestione bajo una balanza midiendo el precio de ello.
Lo más importante es valorar el hecho, es dejar de ser superficiales, aunque es algo que puede resultar bastante complicado porque la sociedad en la que estamos no deja de inundarnos con mensajes en las redes sociales o en internet con objetos que podemos comprar y claro está, que regalar por estas fechas con maravillosos descuentos. Productos que tienen un alto valor pero que como ofrecen ofertas, compramos y gastamos cantidades increíbles para aparentar que tenemos más de lo que realmente es porque así, quedaremos muy bien con el otro. Estamos sumidos en una sociedad donde el consumismo está en primer lugar. Y cada día esto va a más.
Debemos pararnos a pensar en que comprar buenos regalos porque la sociedad nos empuja es seguir a la masa y es que, además, tenemos esa mala costumbre de preguntar lo de “¿y a ti qué te han regalado?” y comparar. Cuando lo realmente importante es tener personalidad y poder decir “a mí me han regalado tiempo con los míos”. Eso sí que es primordial, el tiempo, porque eso no se puede repetir y que alguien nos regale su tiempo es algo que debemos valorar. El tiempo con los nuestros, el poder compartirlo y darle la importancia que de verdad tiene y que muchos de hoy en día, apenas estiman.
Hay que aprender que vale más algo que podamos hacer con la persona que nos regala que cuando es un producto físico. Estamos acostumbrados a una sociedad donde las decisiones se toman demasiado rápido y donde apenas dedicamos tiempo de calidad con los nuestros, donde hacemos muchas cosas por, simplemente, quedar bien y no tener sentimiento alguno en las acciones que realizamos porque las hacemos por inercia como son estas épocas de regalos.
Lo cierto es que tenemos que parar un momento y pensar que si nos quitasen la salud y las personas más cercanas, ¿qué nos quedaría? Porque de nada valdrían todos esos regalos que valoramos por el desembolso que ha tenido que hacer la otra persona sino tenemos personas de verdad, ni esferas completas para sentirnos realizados y plenos. Así que la próxima vez que recibamos un regalo que, quizá, consideramos inadecuado o no cumpla nuestras expectativas, debemos pensar que esa otra persona ha dedicado un tiempo en pensar en nosotros y en acudir a comprarlo. Debemos pensar que no importa lo que sea, sino las manos que nos lo ofrecen y el simple hecho de recibir algo, es un gran detalle y eso es lo que hay que hacer aprender a los niños y a muchos adultos que sólo se dejan llevar por esos grandes desembolsos económicos, y es que de nada valen los regalos caros si luego uno está vacío por dentro.
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