Aparte de la nefasta representación política que dirige los destinos del país, tenemos otro lastre más directo, una suerte de soga al cuello con la que vivir cada vez que salimos de casa: la inseguridad. Criminales nacionales y extranjeros han reunido esfuerzos aprovechando la crisis de gestión de quienes se suponen deben mandar. La población reclama un plan Bukele ante la ola de asesinatos, secuestros y robos (incluyamos también la extorsión). Los más sensatos un plan acorde a la realidad nacional (¿a lo Fujimori en los 90?). Visto con objetividad, estamos a nada de convertirnos en un Estado mascoteado por criminales y delincuentes de toda laya. Esta inacción de la clase política ya se pone muy sospechosa a estas alturas del partido.
Esta problemática tiene varias ramas. Una de ellas: las cárceles peruanas o llamadas también Las escuelas del delito. En la actualidad tenemos 89 mil 877 reos en los 68 centros de reclusión con los que cuenta Perú. La cifra es alarmante porque solo hay espacio para 41 mil, según la GDA (Grupo de Diarios América). Sobre la cuestión carcelaria se viene discutiendo mucho: …más cárceles, deshacinar las cárceles… En este sentido, para no perdernos en este caos de buenas intenciones, habría que destacar los programas de reinserción social que en ellas se llevan a cabo. Todos importantes, pero en esta ocasión me gustaría subrayaruno que parte del propósito cultural.
En noviembre de 2023, hace poco nomás, conocí el taller de cerámica que desde el 2019 dirige la artista plástica Malena Santillana con su Asociación Cultural Ars Nostrum y el apoyo del INPE, en el penal de máxima seguridad Miguel Castro Castro en San Juan de Lurigancho. Los casi 500 metros que deben recorrerse, entre la puerta de ingreso a la del penal propiamente dicho, son una invitación a una necesaria y, creo, obligada reflexión fugaz. No queda de otra: no estás yendo a una galería de arte, menos al teatro. Estás por entrar a un centro penitenciario —cuya oscura fama forma parte del imaginario social— y la teoría de lo que se debe hacer queda de lado: la hipocresía queda delatada al más mínimo gesto.
No juzgar, por ahí se empieza.
Barro, arcilla, agua y el horno que asegura la temperatura requerida superior a los 900 grados… En una de las mesas, Santillana da indicaciones a un par de alumnos con discapacidad visual —el taller inauguró en junio del año pasado el curso inclusivo Taller de formación y creación artística, el cual, por cierto, ha sido reconocido por el CONADIS—, lo que llama la atención, porque no es normal ver reos ciegos, pero esa extrañeza desaparece siempre y cuando nos fijemos en el movimiento de dedos y manos de Víctor Malki, Máximo Alarcón y José Luis Benazar: poético y lúdico. E hipnótico.
Todo proceso creativo guarda una implícita actitud crítica y su práctica se convierte en un trance de autorreconocimiento que pone a prueba prejuicios y modos de ver la vida. De esa fricción sale toda manifestación artística. Entonces, no sirve preguntarles por sus delitos, sino qué esperan de lo que vienen aprendiendo. La validez de la pregunta parte de la solidez de la obra, acabada o en construcción, que sorprende por el contexto de reclusión en que se forja. Si existe un compromiso estético con ella —no hacer las cosas por hacer—, ¿no lo habría acaso con la vida interior que la influye? He ahí una alternativa de transformación (a fin de cuentas, quien decide es el interno: o se salva o se quema), con cable a tierra, a cuenta de la cultura.
Trabajar la arcilla cambió la vida de Fernando Menéndez —en el momento de mi visita, estaba a pocos días de salir en libertad tras más de tres lustros—, quien se desempeña como el asistente encargado del taller. Menéndez enseña a tornear, abastece de materiales a sus compañeros mientras avanza su propio trabajo. Es un todoterreno. La vida fuera del penal no será nada fácil, pero se siente preparado para lo que venga porque a la “cárcel no vuelvo más” y solo lo hará para enseñar cerámica. Desea formar maestros ceramistas.
Las piezas únicas que han estado trabajando obedecen a dos conceptos presentados por Santillana: Las meninas del pintor español Diego Velázquez y Las tapadas limeñas, “símbolo de la libertad femenina e ícono de la tradición del Centro Histórico de Lima”. Bajo estas coordenadas se conduce la exposición Los Fénix del barro en la galería Limaq del Museo Metropolitano de Lima, inaugurada en la quincena de diciembre de 2023 y que va hasta el próximo 28 de enero. 120 piezas de 27 artistas (tres de ellos invidentes) privados de su libertad. Vale la pena verlas.
|