Cuenta Elisabeth Kübler-Ross de Jan, una mujer joven que se sintió poco a poco atraída por la religión y a partir de un dolor le habló a su marido de la muerte, le dijo: “Jeffrey, sé que he de morir porque mi abuela ha venido a visitarme y me ha dicho que me reuniré con ella muy pronto”. Le dijo que quería mucho a su abuela y que fue una bonita visita. Al poco, se confirmó el diagnóstico de un dolor que sentía en la pierna (cáncer de pulmón con metástasis en los huesos); le animó al marido: “espero de todo corazón que puedas encontrar la manera de creer que hay una vida más allá de la muerte, y que cuando te llegue la hora estaré allí esperándote. Quiero que vivas una vida llena cuando me haya ido, y quiero que sepas que, vaya donde vaya, no estaré sola”. Jeffrey entendió poco a poco que no fue ella que se acercó a la religión y al tema de la muerte, sino que la religión había ido a ayudarla en esos momentos… Una chica moribunda vio a su madre aparecérsele, para decirle que estuviera tranquila que todo iría bien, y que cuando llegara su momento ella la esperaba. Yo tengo la experiencia de haber estado junto a muchas personas en el momento de la muerte, y no he visto a ninguna de ellas morir en soledad o con falta de paz, y no sé hasta que punto todos son conscientes de la compañía de los seres queridos y los santos y los ángeles, pero en muchos casos sí he visto esa confianza, en cierto modo esa compañía. Se pasa por esos momentos como una revisión de la vida: “al atardecer seremos juzgados en el amor” (San Juan de la Cruz), concretamente de cómo nuestras acciones han tenido consecuencias en los demás, será ver el dolor que hemos causado pero también el amor, ternura y cosas buenas que los demás han recibido de nosotros. Veremos cómo hemos aprendido en la vida, y qué nos queda por aprender aún… A pesar de que muchos no creen en la vida después de la muerte, y de algún modo piensan que la energía del que ha muerto vive en los que le rodean y quieren; pero hay que decirles que si creen en la presencia del ser amado más allá de la muerte, creen en esa vida. La muerte no es un punto final sino una etapa de transformación, y no se van muy lejos los que mueren sino que están en otra dimensión. Algunas culturas creen que el cuerpo es un vestido solamente, una recubierta, papel de envolver, para el alma. Quizá –sigue diciendo Elisabeth- hemos velado un cadáver y nos ha dado la impresión de que era una coraza, un capullo vacío… ya no era la persona que amábamos, podemos sentir al ausencia de su espíritu, de su energía. La vida continúa más allá de la muerte del cuerpo. Algo así como la transformación del gusano en mariposa, una metamorfosis. La persona amada se libró de toda atadura de un cuerpo decadente y enfermo, entubado y falto de energía. “Tengo la sensación de que ya no está”, decimos ante un cadáver. En el momento de la muerte se dice –y lo he comprobado en algunos casos, docenas de casos- que sentimos una ausencia total de pánico, miedo o angustia. No he visto a nadie morir con inquietud. Es también frecuente sentir la presencia del ser querido que ha muerto. Eso es muy bonito. Pero hay que evitar ser víctima de engaños de médiums que nos pongan en contacto con espíritus, y sobre todo ver si nos da consuelo esa presencia, para verificar si es real o engañosa. Sin embargo, el contacto entre vivos y muertos (en la medida que los cuerpos están muertos, porque el alma es inmortal) es una realidad que puede enfocarse desde la comunión de los santos cristiana, o también de modo sencillo en que Dios es amor y de ese amor participamos en el afecto que tenemos a los demás, amor que no cesa… y por tanto continúa después de la muerte. El amor es lo verdadero, y ante el problema de la muerte “la solución amorosa es siempre la verdadera” (A. von Hildebrand, 126). La muerte es nacimiento. En el cuadro del Greco El entierro del Conde Orgaz, se ve en la parte inferior el difunto y la gente que le rodea, con vestiduras lujosas. Pero se ve cómo el alma sube y pasa al cielo, plano superior, como a través de un útero en el que vuelve a entrar, y sale ya arriba donde las manos de la Virgen María lo acogen con dulzura para presentarlo a Dios y a los santos. Así como un barco en la lejanía escapa de nuestra vista, o un sonido con alta frecuencia vibratoria que sí escuchan los perros, así no vemos a los que mueren pero están vivos. La muerte es una transición a un estado más elevado de conciencia en el que continuamos percibiendo, entendiendo y creciendo. Dejamos el cuerpo. Es como poner el abrigo de invierno en el armario, pues llegó la primavera.
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