Los objetos se llevan bien con la arqueología, la vanidad de los coleccionistas, con los semiólogos y los museos, que enjaulan a aquellos que arrastran prestigio para beneplácito del visitante. Michel Foucault al radiografiar el discurso sobre estos como una película invisible que no se les superpone, inauguró un capítulo hermenéutico importante. Para el Derecho las cosas muebles, los inmuebles y los semovientes tienen un régimen especial. Pero los animales hace tiempo han dejado de ser cosas que se mueven para pasar a tener una identidad jurídica, la de sujetos de derechos. Por lo tanto, no me voy a referir aquí a ellos.
A fin de evitar malsanos fetichismos (Sigmund Freud se encargó de la relación obsesiva entre masoquismo, objeto y castración), no estaría mal repasar Das Kapital, donde Karl Marx vaticinaépocas en las que mucho después las cosas, sus marcas, consagrados y famosos entablarían un “diálogo” exitoso con el consumidor, merced a la picardía del creativo publicitario y a la de las grandes apuestas al imaginario colectivo por parte del márquetin. Marcel Proust amaba las cosas en un sentido menos mercantilista y más poético, y Orhan Pamuk erigió el “Museo de la Inocencia” en Estambul, donde sus lectores podemos reproducir lo evocado en sus novelas. “A las cosas se las llama por su nombre”, reza el dicho. Pero cuál es su nombre: ¿su marca?, ¿el logo?¿el mote doméstico de quien las conserva e identifica? Por citar otros ejemplos literarios, en “La Casa” de Manucho Mujica Lainez, los vitrales que coronan una claraboya y presencian malignidades familiares, los cepillos de una Clara barroca, los cuadros de marco esculpido con roseta de yeso dorado, las palmeras tropicales de patios internos y los grandes lienzos italianos de sus dueños adquieren un valor supino que humaniza a los propios personajes –propietarios de aquella mansión en la calle Florida. Verbigracia a Tristán, a la mencionada Clara o al propio senador. Y el caserón a punto de ser demolido,y sus fantasmas,tiene la potencia impecable de narrar en la novela, gracias al talento de Mujica Lainez. De todos los objetos que me rodean ahora hay uno que conservo como a un rosario: una vieja edición de García Lorca, cuero deslucido por el tiempo, que contiene en el cancionero los poemas de amor del poeta. Y también cuido otros libros amorosamente y alguna que otra carta, y collares multicolores de mi bisabuela y hasta un mandolín italiano salvado de la Segunda guerra mundial por mi padre. En la era del descarte y de la cancelación como si las personas fuéramos intercambiables, no está mal reciclar y coleccionar objetos aunque haya poco espacio. El mantenimiento de las cosas, se trata, a mi juicio, de un acto de sabia rebeldía y de aconsejable gratitud pues humanizamos de tal suerte “lo estático”, que nos acompañó en vida y que la historiza para futuras generaciones.
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