En nombre de qué y quién un chaval de diecinueve años de edad ha degollado a un hombre sagrado de ochenta y cinco años de edad, lo de sagrado es por su ancianidad, aparte de ser sacerdote.
Que hablen los anticlericales, que escupan su alegría los pocos locos que se puedan haber alegrado de semejante felonía, que suelten su bilis los que odian a la Iglesia, sea esta de cualquier confesión.
Allí, en Normandía, en un localidad de veinticinco mil habitantes, durante la celebración de una eucaristía a la que asistía el anciano sacerdote, dos monjas y dos fieles, el oficiante, el cura, por si algún analfabeto no sabe de lo que estoy escribiendo, ha sido asesinado a sangre fría en el mismísimo altar y, mientras ello ocurría, han filmado en vídeo una nueva pasión.
Me gustaría saber en qué momento de la ceremonia se ha producido el acto predeterminado de acabar con el santo anciano, y digo santo por lo de anciano. Pudo ser en el ofertorio, o sea, en el ofrecimiento, o bien en el instante de darse el uno al otro la paz, o en el momento de pedir el pan nuestro de cada día, pues mire usted que si ha sido cuando se ha ofrecido como víctima propiciatoria para solicitar el perdón para todos, cómo me gustaría saber si el asesino subió al altar cuando el anciano dijo aquello de mi paz os dejo, mi paz os doy.
El chaval de los diecinueve años de edad no es un descerebrado, ni hablar del peluquín, era un asesino en plenas facultades mentales que con premeditación: lugar, persona, hora, cuchillo y vídeo sabía dónde iba a asestar el golpe de muerte a todo un colectivo creyente a su manera.
No creo exista en este mundo, aparte de los suyos, alguien que se alegre por semejante acción; pobre de él si existiera porque nos encontraríamos ante un ser no humano imposible de definir por su manifiesta crueldad.
Pero el mundo gira y gira entre letanías, aleluyas, blasfemias y el cruel y cobarde silencio, …silencio no sea que vengan a por mí.
Pero yo, perdonen el protagonismo, ni callo ni perdono ni olvido ante semejante canallada.
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