El seguidor más cercano al mensaje de Jesús, pese a no haber convivido con Él, es Pablo de Tarso. Un ciudadano romano que había dedicado parte de su vida a perseguir a los cristianos. En un momento determinado se encuentra con la presencia de Cristo Resucitado en su mente a través de una revelación. Se convierte en un ferviente apóstol del cristianismo y escribe en una de sus cartas una frase totalmente esclarecedora: “Si Cristo no hubiera resucitada vana sería nuestra fe”.
Nos encontramos en una tierra que vive intensamente las jornadas en las que se celebra la Pasión y Muerte de Jesús. Sufrimos con Él y padecemos con Él. Nos gusta acompañarle en su recorrido por las calles como manifestación del sentimiento que nos invade ante su presencia maltrecha. El tema de la Resurrección nos parece un tanto más lejano. La buena noticia de hoy es que Cristo ha resucitado. Nada de imágenes etéreas, ni de ensoñaciones fugaces e intrascendentes. Ha resucitado en ti y en mí. En tu prójimo-próximo. En los niños y en los mayores. En los creyentes y en los no creyentes. Su presencia en nosotros la tenemos que manifestar con nuestra actitud y con nuestros hechos. La muerte de Cristo habría sido un sacrificio inútil si no hubiera sido un paso al Hombre nuevo. A esa persona amable (la palabra amable viene de amar) que tú y que yo podemos ser, a poco que nos lo propongamos. Estos pensamientos no pretenden largarles una homilía. Mi propósito no es ese. Tan solo es consecuencia de mi reflexión personal; “de lo que abunda en el corazón habla la boca”. Como dicen lo alcohólicos anónimos: “Solo por hoy”… Solo por hoy puedo dejar que inunde nuestro corazón la buena leche que emana del espíritu del Resucitado. Hoy podemos ver una luz al final del túnel. Mañana volveremos a picar piedra en un mundo hostil. Un mundo que podemos mejorar con nuestra actitud. Pero hoy es un gran día.
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