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Etiquetas | Juegos Olímpicos | Rio 2016

Los genuinos Juegos Olímpicos

Juan López Benito
sábado, 13 de agosto de 2016, 02:06 h (CET)
Comenzaron los JJ. OO. y la atención de cientos de millones de personas (se ha publicado en diversos medios que aproximadamente 3.000 millones vieron en algún momento la ceremonia de inauguración), se concentran en Brasil. Se trata de un acontecimiento gigantesco que llega a congregar a más de 11.000 deportistas que representan a 207 países. Por este magno acontecimiento e invadidos por el espíritu olímpico que fluye por todo el planeta, qué mejor momento, para detenernos a examinar los antiguos y auténticos Juegos Olímpicos.

Iniciemos la revisión incidiendo en el hecho de que los de Olimpia no eran ni mucho menos los únicos juegos celebrados en Grecia. Con un carácter funerario, existían múltiples y notables juegos concentrados en los santuarios helenos más célebres. Esencialmente significativos, además lógicamente de los archiconocidos juegos Olímpicos, encontramos los denominados juegos “Istmicos” desarrollados en Corinto, los Nemeos en Dódona y los “Píticos” en la ciudad de Tebas. Los desplegados en Olimpia y Dódona estaban consagrados a Zeus, los “Istmicos” a Poseidón y los “Píticos” a Apolo.

En principio eran santuarios autónomos, aunque las ciudades más importantes de Grecia se disputaban el control de estos vastos complejos arquitectónicos, que contaban con un amplio catálogo de espléndidas construcciones: estadios, teatros, salas de reunión, gimnasios… Recordemos en este sentido, las populares “Guerras Sagradas “que durante el siglo IV a. C. dirimieron el control del santuario de Delfos, el centro oracular por excelencia, que por supuesto también gozaba de unos estimables juegos.

De la importancia de los Juegos Olímpicos dan fe dos aspectos.

La costumbre griega de computar el tiempo a través de ciclos olimpícos de 4 años. Los de Olimpia abrían el período y a cada uno de los otros 3 años restantes les correspondía correlativamente la disputa del resto de grandes juegos. De este modo, tenían los atletas la posibilidad de recorrer los cuatro grandes santuarios, uno por año. A propósito, la tradición situaría el inicio de las olimpiadas en el año de 776 a. C. (inicio del calendario griego) y su clausura definitiva se dispuso en el año de 394 d. C. bajo mandato del emperador romano Teodosio.

Los conflictos armados entre los estados griegos se suspendían en la fase pre-juegos y post –juegos, con el fin de que el público y los atletas de toda la Hélade (excluidas de asistir quedaban las mujeres), pudieran tranquilamente viajar al complejo y posteriormente regresar a sus hogares.

Por otro lado, conservaban una duración de seis días. El primero de ellos dedicado a efectuar un conjunto de rituales que tenían como objeto glorificar a Zeus. Los deportistas además de este ceremonial, juraban competir con limpieza: el altar de Zeus era tan antiguo que hacia el siglo II d. C. los estratos de sus cenizas contaban con más de siete metros de altura. En el resto de días tenían lugar las pruebas, hasta un total de trece con modalidades para adultos y niños. Un conjunto de jueces velaba por el cumplimiento del reglamento.

El sexto día estaba destinado a agasajar a los vencedores por medio de sacrificios y banquetes. Su reputación al alcanzar el éxito era tanta, especialmente entre el grupo de aurigas, que al regreso a su patria desfilaban con su corona de ramas de olivo, elevados sobre una cuadriga y engalanados con trajes de púrpura. A continuación, eran obsequiados con un sinfín de privilegios, ya que su triunfo era interpretado como un don divino. Los regalos más significativos consistían en el derecho a comer de por vida a cargo de la ciudad, levantamiento de estatuas y composiciones poéticas en su honor. Incluso alguno atleta legendario como Teágenes de Tasos, famoso por su fuerza y velocidad, sería elevado a la categoría de héroe tras su muerte.

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