Las instantáneas de Gasparini muestran las realidades de dos mundos en apariencia opuestos, el primer mundo y el mundo subdesarrollado. Cada una de sus fotografías es el juego de matices de sus abismales diferencias.
Cada pulsación en el botón de disparo de la cámara es como agrandar la vena ya abierta para que nos adentremos en un río de grandezas y de miserias. Llevarnos con la objetividad del blanco y negro a la vergüenza entre la opulencia y la pobreza.
En el recorrido de su universo fotográfico, que he tenido la gran suerte de hacer, he podido retrotraerme a los años setenta, a esas posturas bananeras de políticas latinoamericanas volcadas a la izquierda, frente a las presencias colonizadores extranjeras apoyadas en líderes caciques. La mirada de Gasparini a través del objetivo de su cámara es el sonrojo de una estructura de dominación de un pueblo por otro. Son territorios híbridos, que, aunque cargados de contradicciones, pueden subsistir en el caos.
Viene a la mente la imagen de una de sus instantáneas en las que aparece una bañista rubia, con su cuerpo dorándose al sol, en bikini y con las cremas al lado que la acompañan para realzar su bronceado y el cuidado de su piel. Es la imagen de la belleza y de la penuria. Un cartel publicitario que se levanta en mitad de un suburbio de paredes derruidas y de enyesado desmoronado, una valla de madera carcomida que difícilmente se sostiene al paso de una anciana artrítica que carga con una bolsa donde guarda los sustentos del día. Junto a esa imagen varios tipos observan sentados y uno de ellos apoyado sobre la fachada, sin nada que hacer, dejando pasar el tiempo, como quien no espera nada porque nada tiene y a todo ha renunciado. Gente que ha sido empujada al mal vivir.
La mayor parte de la obra fotográfica de Paolo Gasparini son imágenes que conjugan la publicidad plutócrata de Marlboro o Coca Cola con el ambiente ruin y sórdido de revolución, donde aparece la efigie del Che Guevara como símbolo de la salvación e incluso la santa imagen del niño Jesús, compartiendo escenario.
Gasparini encuentra gracias a su objetivo, a su atenta y sediciosa mirada, cómo plasmar el cúmulo de unas botellas vacías de Coca Cola junto a la estela del vudú o la bandera panfletaria de la hoz y el martillo.
Es un mundo de apariencias opuestas donde vemos contrastes agresivos de un voraz capitalismo y una fallida utopía. Nuestro gran fotógrafo de origen italiano es el alter ego de Gabriel García Márquez en el plano de la fotografía. Es el realismo mágico fotográfico. El que testimonia la dignidad del hombre a través del objetivo. El de la mirada honesta a través del encuadre de su cámara fotográfica que está dispuesto a comprometerse con la realidad para presentarla con toda su riqueza de detalles y tonalidades.
Sus fotografías son la revelación de la pobreza y de la miseria, de todo aquel arrabal que las políticas de los corruptos tratan de ocultar bajo la luminosidad de los paneles publicitarios. Pero a la vez, esa realidad de Gasparini nos traslada, no ya sólo a la incruenta forma de ver la sociedad del consumismo y el capitalismo más atroz, sino que también nos revela la hipocresía y el fracaso del llamado “socialismo del siglo XXI”.
Esa idea inicial y utópica de un mundo mejor bajo la bandera del comunismo, o del socialismo igualitario, lleno de esperanza, de brillo y de esplendor, queda al descubierto tras dejar al pueblo sumido en una crisis total de pobreza y desilusión.
De la utopía al desencanto se llama uno de sus itinerarios, en el cual se presentan imágenes la añorada esperanza de Alejo Carpentier en relación a su Cuba revolucionaria, su militancia y su compromiso, en busca de una sociedad más justa con el pueblo. Esa misma que un poco más tarde reveló su verdadero rostro Reinaldo Arenas en su inolvidable libro Antes que anochezca.
El objetivo de Gasparini apresa, con su cámara de 35 mm, el proyecto democrático de Fidel Castro, la campaña de alfabetización, la zafra en las plantaciones de azúcar, los carnavales y las alegrías de la causa revolucionaria como luz de esperanza.
Pero de ahí pasamos a la coexistencia de una pobreza económica con una riqueza cultural ahogada, hasta poner de manifiesto la dura realidad campesina, la represión del disidente, del que no acepta una subcultura dirigida por el régimen castrista o como dijo Juan Antonio Molina en La revolución revisitada: «el choque de la desilusión de encontrar una sociedad debilitada por el miedo, la falta de iniciativas y la pérdida de fe en el futuro».
Gasparini es la mirada del moho y la corrosión entre las piedras de mármol.
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