En la posmodernidad el arte parece estar en el total abandono y hay quienes afirmarán que, en esta época tan grotesca con las expresiones tanto intelectuales como artísticas y todo aquello relacionado con la nutrición del intelecto de una u otra manera, parece estar en un constante estigma que lo lleva diariamente al más frío paredón, para ser ejecutado por esta era digital; que nada quiere aprender del arte, y por el contrario, lo rechaza firmemente y lo desprecia tanto como en los tiempos más oscuros del pasado.
Es natural que los defensores de lo digital y aquellos que nada saben del arte —porque jamás han sido artistas— y por el contrario solo unos vividores del arte, se junten y expulsen desde su boca; blasfemias contra aquellos artistas que aún creen en este oficio como una forma no solo de liberación de la cadenas del poder, también como una manera de enfrentar todo aquello que les atormenta y convierte su rutina diaria en una explosión constante, capaz de quemar todo a su alrededor.
Por otro lado y en una aplaudible y quijotesca posición de defensa del arte encontramos artistas que emergen para demostrar la capacidad del arte tradicional, la valía y poder que aún surge desde las entrañas del mesón, desde la fuerza del pincel y la hermosa mancha de pintura en las manos. Así entonces, en el mundo, todavía existen nobles Quijotes como el licenciado en pedagogía Oscar García, un joven docente y artista talentoso de la ciudad de El Progreso, Yoro en Honduras que vive la cultura del pincel y la pintura en carne, mirada, huesos y piel.
El profe Oscar como de cariño le llaman sus alumnos, asiste los fines de semana a La Casa de la Cultura de El Progreso, Yoro, a impartir clases de pintura junto a un notable grupo de estudiantes que atentamente observan sus destrezas con el pincel y van siguiendo con la mirada llena de quietud; cada trazo que va dibujando en los lienzos que son su marca de vida y esperanza. Si, el profe Oscar ilumina con colores el camino de sus estudiantes y los guía por el buen sendero del arte que es en medio de tanta indiferencia con la belleza artística en nuestra ciudad, una expresión para demostrar el empuje y versatilidad que aún reside en las manos de los artistas.
Así también, podemos notar en cada clase del profe Oscar el carácter y compromiso que le une a este oficio, esa luz que desprende al enseñar con ternura a sus pupilos, —aún sabiendo que ha dejado su hogar— y un día de su descanso para donar su talento y don de gran ser humano, que piensa en heredar a esta generación y, a las que están por llegar; el amor inclaudicable por el arte y el pacto artístico como una constante con el poderoso pincel.
Quizá sea esto lo que nos permite encontrar en el trabajo del licenciado Oscar García algo más que una enseñanza, posiblemente una forma de ver la vida; con sus grises y blancos con sus luces y sombras y quizá en esta analogía, también encontrar su dedicación a este oficio que en La Casa de la Cultura de El Progreso, Yoro muchos niños y jóvenes que no se pueden pagar una clase de artes, agradecen dando siempre el mayor de sus esfuerzos y demostrando que el trabajo del Profe Oscar si ha caído en tierra fértil y los frutos son mostrados en cada risa, cada pincelada y cada cuadro que sus estudiantes van formando y mostrando en las exposiciones de pintura.
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