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La pregunta por el futuro y los avisadores de incendios

Son aquellos que, por su comprensión del mundo y su sensibilidad, pudieron anticipar los cambios trascendentes que acontecerán en un futuro inescrutable
Eduardo Luis Aguirre
lunes, 3 de junio de 2024, 09:05 h (CET)

Gilbert Keith Chesterton, el escritor y filósofo que a principios del siglo XX era conocido como “El príncipe de las paradojas”, ensayó 17 profecías que se cumplieron. Chesterton es recordado por sus decisivos aportes literarios, pero también por ser uno de los más grandes “avisadores de incendios”, aquella categoría de Walter Benjamin que tanto echamos de menos, justamente porque alentó una nueva comprensión de la historia humana. El avisador de incendios, insistimos, es alguien que por su comprensión del mundo y su sensibilidad pudieron anticipar los cambios trascendentes que acontecerán en un futuro inescrutable.


En palabras de Benjamin “Avisadores de incendios” es una expresión con la que éste designa a quienes avisan de catástrofes inminentes para impedir que se cumplan. Si la traemos a cuento es para llamar la atención sobre quienes, habiendo escrito antes de la catástrofe, parece que lo hubieran hecho después, siendo testigos de ella” (1). Como escribe Pascal Quignard (2), hay un recorrido, una ida y un regreso en el pensar. Cuando el pensamiento logra convertirse en una herramienta anticipatoria, generalmente hay una sensibilidad, una curiosidad que se despliega como un olfato (que en griego se denomina noos). El pensamiento (“nous”) debe ser indisociable de ese olfato: Esto supone que hay que pensar oliendo, porque el pensamiento es primeramente un olfateo, metafórico aunque verídico e imprescindible. Se trata de renovar la mirada y desechar los clichés, como al parecer hacía Peter Handke, otro avisador memorable y un escritor conmovedoramente político.


Esa es la tarea crucial, acaso la clave que puede alterar el giro neocolonial inexpugnable del neoliberalismo en su estado actual de descarada crueldad. El ejercicio de anticipación que otros pensadores han podido construir. La obligación de los intelectuales vendría a ser la contracara de los cronistas de antaño. Los intelectuales no deben comentar ni describir. Deben anticiparse, olfatear, otear, articular y comprender.


Estos no fueron los únicos avisadores de incendios.


Lo fue también Henry Kissinger, nos guste o no. En 2014, hace exactamente diez años, advertía: “Toda tentativa de una parte de Ucrania por dominar a la otra (…) conduciría antes o después a una guerra civil o a que el país implotase. Tratar a Ucrania en el marco de una confrontación este-oeste haría fracasar por decenios toda perspectiva de integrar a Rusia y Occidente, sobre todo a Rusia y Europa, en un sistema internacional de cooperación” (3). Estados Unidos tomo la decisión contraria. Ocurrió exactamente lo que dijo Kissinger.


Entre las previsiones de Chesterton, conviene rescatar su afirmación en el sentido de que llegaría el día en el que existiría un método barato con el que se pudiera transmitir información a muchas personas a la vez. Toda una corroboración de lo que Heidegger había señalado como los riesgos de la técnica. De hecho, el proceso descomunal de incremento de la influencia de la acción comunicativa es decisivo en materia de conformación de nuevos sujetos y de construcción (más o menos sesgada) de una realidad. Las redes sociales, por ejemplo, no solamente han cambiado las percepciones sobre la realidad mundial, sino que han modificado el lenguaje hasta degradarlo. La realidad política, aquello que nunca pensamos que podría ocurrir, acontece como farsa y como tragedia a la vez. En su “Teoría de la acción comunicativa”, Habermas señala: La categoría de acción comunicativa se trata en primer lugar de un concepto de racionalidad comunicativa, que he desarrollado con el suficiente escepticismo, pero que es capaz de hacer frente a las reducciones cognitivo-instrumentales que se hacen de la razón” (4). Las reducciones cognitivo instrumentales han puesto en vilo a la razón. La han tornado vaga y a la vez atacable, utilitaria y bizarra, variable e insensata. Esa es una cuestión pendiente a dilucidar.


Por ejemplo, la pregunta obligada acerca de cómo hemos llegado hasta acá exigiría recorridos que en general no hemos hecho con el rigor teórico necesario.


Mucho menos se previó lo que podía acontecer.


Igual, voy a decir lo poco que me consta como evidencia indirecta, ya que simplemente lo he leído o escuchado. La razón comunicativa se ha instalado como un elemento central, aunque su manejo hegemónico corresponda a sujetos de cuya salud mental podemos indudablemente dudar pero que igualmente logran generar asombrosas tendencias que se arraigan en parte del conjunto social actual. Si bien esta irrupción paradójica arrasa con el sentido común tradicional de las democracias decimonónicas, también refleja y naturaliza algo de lo que ha cambiado en la política. Si bien no suelo sugerir a ciertos personajes, algo de estas estupefacciones se allanan en la entrevista que recientemente el periodista Luis Novaresio le hiciera a Jaime Durán Barba, mentor a su vez de otros constructores de subjetividad, actores fundamentales en estos tiempos en que la imagen sustituye a la palabra en términos de comunicación. Es necesario profundizar el análisis de una época en la que el promedio del tiempo de lectura en algunas redes se estima en tres segundos y donde los papers o discursos largos interesan a una minoría que, en el mejor de los casos, sólo atina a poner un “me gusta”. En este espacio confusional, lo que a muchos nos fastidia o nos avergüenza, a otros les resuena como una épica que se sostiene en un significante vacío como "libertad", por ejemplo. Ellos aparecen siempre como diversos, siempre juegan roles distintos. El policía bueno y el malo. Yo sé que esto nos agrede y tendemos a rechazarlo, pero la cuestión de estas nuevas subjetividades ha habilitado la aparición de una red descomunal. Se trata de un aparato ideológico del estado hasta ahora imbatible en manos del conservadurismo más brutal que depara todavía más acechanzas.


El monstruo puede ser también, extrañamente, un gran comunicador en la época de la política del espectáculo. Y las groseras apariciones, los insultos, las ofensas y las repeticiones de pretendida erudición ininteligible son parte de una nueva política de comunicación disruptiva que está llevando a determinada gente al poder. Esas formas han demostrado que son tan eficientes que, como en Argentina, hace que la gente banque una situación dramática. Argentina no es el único país que sufre esas irrupciones. Sí es el único que conserva su futuro atado a esas fuerzas atroces.

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(1) Reyes Mate, Manuel y Mayorga, Juan, Instituto de Filosofía, CSIC y Escuela de Arte Dramático: “Los avisadores de fuego”, disponible en https://digital.csic.es/bitstream/10261/24353/5/Los_avisadores_del_fuego.pdf

(2) Morir por pensar, Ed. El cuenco de plata, Buenos Aires, 2023.

(3) Zorrilla, José Daniel: “Ucrania, OTAN, China y mucho más”, disponible en https://www.youtube.com/watch?v=NTJrmaJE2TM&t=121s

(4) Editorial Taurus, Madrid, 1999, disponible en https://pics.unison.mx/doctorado/wp-content/uploads/2020/05/Teoria-de_la_accion_comunicativa-Habermas-Jurgen.pdf

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