Antes de ir al meollo de la cuestión, permítanme decirles que las vacaciones de verano -estación previa al mayor número de divorcios-, han finalizado y ello es una buena noticia en sí misma porque amortigua en parte el finiquito de numerosas parejas. Comienza la liga de fútbol, y tras la monotonía que supone el tener que convivir veinticuatro horas seguidas con la costilla más próxima, el varón, por regla general, tiene el escape de la pelota y los once en pantalones cortos en busca de ver ganar a su equipo del alma, equipo que, a veces, importa más que otro paseo rutinario cogiditos de la manos por la romántica ribera; pero resulta que los apartamentos que se alquilan, no así los grandes hoteles, no tienen las cadenas de pago para visualizar el balompié por lo que ellos, auténticos hinchas, no tienen más remedio que ir a la búsqueda de un bar en el que cabe la suerte de poder ver a su equipo, o no, en la mejor versión “marianista”, mientras ella queda en la soledad a la espera de ver si su media naranja llega alegre, o no, por el resultado futbolero; es ahí donde empieza el jaleo.
Es por ello, que lo mejor en ese instante podría consistir en ver la forma de cómo instalar el nacimiento, llámese portal de Belén, con la cuna vacía para ver a quién ponemos como nuevo “salvador” de la madre patria España.
Y es que tiene “guasa”, tal como dicen por Sevilla, que por pura cabezonada de un tal Pedro cualquiera de ustedes -yo me escapo por viejo- sea designado por el índice gubernamental para ser miembro de una mesa electoral en la que, le guste o no, usted tiene que estar a la ocho de la mañana, o sea, horas después de haberse tomado las golosinas navideñas.
Venga, querido políticos de triquiñuelas y pamplinas, déjense ya de marear la perdiz de una puñetera vez y no nos tomen más el pelo que miren que como nos cabreemos de verdad les vamos a correr a gorrazos que es lo que se merecen de todas, todas.
Y que conste, y lo digo de verdad, que a mí me importa tres cominos votar hasta siete veces siete, o sea, siempre y a diario porque al fin y al cabo la vida es un puro juego donde todo se juega a cara o cruz; aunque aquí lo que ocurre es que no nosotros soportamos la cruz y ustedes, amigos políticos, tienen más cara que espalda.
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