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Me sobran los himnos, pero si tuviera que elegir alguno optaría por el anarquista, aquel que dice: “El bien más preciado es la libertad. Luchemos por ella con fe y con valor”

Fútbol y patriotismo

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Desde que era un niño me ha gustado el fútbol, practicarlo pisando el césped, y también como un simple espectador con los glúteos calentando la frialdad y dureza del cemento de las gradas. Ir cumpliendo años me ha alejado del césped y del cemento, y ahora el fútbol es un deporte que sólo practico como espectador desde la casera comodidad del sofá con la compañía de un buen whisky. 


De esa guisa he sufrido, cada semana de esta temporada, los partidos de los clubs de mis amores, ambos con el azulgrana por bandera. Hace unos días con la tranquilidad que da no ser partidario de ninguno de los equipos que luchan por la victoria, puse en marcha el televisor para ver el partido inaugural de la selección española, contra el seleccionado croata en el estadio de Berlín. Levanté la copa de whisky brindando con el deseo de ver un buen partido de fútbol y que ganara el mejor. Y ambas cosas se cumplieron.


Pero una vez más, al inicio, vi que todavía continúa un ritual ancestral como la ceremonia de los himnos patrios que cada jugador se toma lo mejor que puede. Algunos se plantan sobre el césped como si en esas notas musicales les fuera el orgullo, e incluso la vida, firme el gesto, la barbilla alzada, la mirada en el cielo y los labios abiertos entonando una letra que, generalmente, canta las hazañas del país que representan, mientras los más hooligans de sus compatriotas se desgañitan e, incluso, llegan a llorar de la emoción.  


Mientras los croatas cantaban llenos de orgullo, el once español tenía los labios callados, no tienen una letra que cante las hazañas del glorioso pasado español. Los franceses pueden hacer una defensa de las esencias patrias con aquello de “aux armes, citoyens”, de La Marsellesa, los valencianos “ofrendar nuevas glorias a España” con la sumisión de su himno patrio y los catalanes  apelar al “quan convé seguem cadenesdels Segadors, himno de Catalunya, pero ni valencianos ni catalanes tienen derecho a jugar en campeonatos internacionales. La selección española sí, pero tiene un himno sin letra.


Pero no siempre ha sido así. Los que fuimos niños durante la posguerra cada mañana al entrar en la escuela cantábamos el himno de España, y lo hacíamos con letra y música, una letra que había escrito el poeta José María Pemán, hombre del régimen. Muchos éramos los niños que, sin luchar habíamos perdido aquella guerra, pero aún no lo sabíamos, y bajo la atenta mirada de un maestro que muchas veces lucía  la insignia de alférez provisional en el ojal de su americana, firmes y mirando fijamente a  la pared desde la que, eternamente jóvenes, nos vigilaban José Antonio Primo de Rivera y Franco, cantábamos lo de “Triunfa España/ los yugos y las flechas/ cantan al compás del himno de la fe” Y ahora los nietos de los que nos hacían  cantar cada día esta himno junto al “Cara al Sol” y el himno de los carlistas se atreven a hablar de adoctrinamiento si se quiere enseñar el valenciano en las escuelas.


Me sobran los himnos, pero si tuviera que elegir alguno optaría por el anarquista, aquel que dice “El bien más preciado es la libertad/ Luchemos por ella con fe y con valor”. Creo que los himnos, todos, están de más en los estadios de fútbol pero también en las procesiones donde, debe ser  una triste herencia del franquismo, suena cada vez que una imagen entra o sale del templo. 


Este campeonato europeo también ha despertado las iras contra “la roja” de la extrema derecha española, cada día más crecida. No han faltado las zafias protestas ni los insultos xenófobos, pasó también hace años en Francia, contra dos de los mejores jugadores de la selección española, dos jóvenes, casi unos niños,  de color, uno nacido en Euskadi y el otro en Catalunya. Erradicar el racismo en los estadios es una asignatura pendiente en el fútbol español.

Fútbol y patriotismo

Me sobran los himnos, pero si tuviera que elegir alguno optaría por el anarquista, aquel que dice: “El bien más preciado es la libertad. Luchemos por ella con fe y con valor”
Rafa Esteve-Casanova
martes, 2 de julio de 2024, 08:45 h (CET)

Desde que era un niño me ha gustado el fútbol, practicarlo pisando el césped, y también como un simple espectador con los glúteos calentando la frialdad y dureza del cemento de las gradas. Ir cumpliendo años me ha alejado del césped y del cemento, y ahora el fútbol es un deporte que sólo practico como espectador desde la casera comodidad del sofá con la compañía de un buen whisky. 


De esa guisa he sufrido, cada semana de esta temporada, los partidos de los clubs de mis amores, ambos con el azulgrana por bandera. Hace unos días con la tranquilidad que da no ser partidario de ninguno de los equipos que luchan por la victoria, puse en marcha el televisor para ver el partido inaugural de la selección española, contra el seleccionado croata en el estadio de Berlín. Levanté la copa de whisky brindando con el deseo de ver un buen partido de fútbol y que ganara el mejor. Y ambas cosas se cumplieron.


Pero una vez más, al inicio, vi que todavía continúa un ritual ancestral como la ceremonia de los himnos patrios que cada jugador se toma lo mejor que puede. Algunos se plantan sobre el césped como si en esas notas musicales les fuera el orgullo, e incluso la vida, firme el gesto, la barbilla alzada, la mirada en el cielo y los labios abiertos entonando una letra que, generalmente, canta las hazañas del país que representan, mientras los más hooligans de sus compatriotas se desgañitan e, incluso, llegan a llorar de la emoción.  


Mientras los croatas cantaban llenos de orgullo, el once español tenía los labios callados, no tienen una letra que cante las hazañas del glorioso pasado español. Los franceses pueden hacer una defensa de las esencias patrias con aquello de “aux armes, citoyens”, de La Marsellesa, los valencianos “ofrendar nuevas glorias a España” con la sumisión de su himno patrio y los catalanes  apelar al “quan convé seguem cadenesdels Segadors, himno de Catalunya, pero ni valencianos ni catalanes tienen derecho a jugar en campeonatos internacionales. La selección española sí, pero tiene un himno sin letra.


Pero no siempre ha sido así. Los que fuimos niños durante la posguerra cada mañana al entrar en la escuela cantábamos el himno de España, y lo hacíamos con letra y música, una letra que había escrito el poeta José María Pemán, hombre del régimen. Muchos éramos los niños que, sin luchar habíamos perdido aquella guerra, pero aún no lo sabíamos, y bajo la atenta mirada de un maestro que muchas veces lucía  la insignia de alférez provisional en el ojal de su americana, firmes y mirando fijamente a  la pared desde la que, eternamente jóvenes, nos vigilaban José Antonio Primo de Rivera y Franco, cantábamos lo de “Triunfa España/ los yugos y las flechas/ cantan al compás del himno de la fe” Y ahora los nietos de los que nos hacían  cantar cada día esta himno junto al “Cara al Sol” y el himno de los carlistas se atreven a hablar de adoctrinamiento si se quiere enseñar el valenciano en las escuelas.


Me sobran los himnos, pero si tuviera que elegir alguno optaría por el anarquista, aquel que dice “El bien más preciado es la libertad/ Luchemos por ella con fe y con valor”. Creo que los himnos, todos, están de más en los estadios de fútbol pero también en las procesiones donde, debe ser  una triste herencia del franquismo, suena cada vez que una imagen entra o sale del templo. 


Este campeonato europeo también ha despertado las iras contra “la roja” de la extrema derecha española, cada día más crecida. No han faltado las zafias protestas ni los insultos xenófobos, pasó también hace años en Francia, contra dos de los mejores jugadores de la selección española, dos jóvenes, casi unos niños,  de color, uno nacido en Euskadi y el otro en Catalunya. Erradicar el racismo en los estadios es una asignatura pendiente en el fútbol español.

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