La Real Academia Española (RAE) tiene un carácter normativo y descriptivo, lo que implica establecer normas y registrar los usos que las personas hacemos de las palabras. Por ello, cuando en el Diccionario vemos definiciones que no llegamos a entender, hay que cuestionar más la utilización que la gente hace de determinados términos y expresiones, que a los académicos que acuerdan un texto.
En este sentido, voy a recordar lo que el Diccionario de la RAE explica sobre la palabra juego en su 4ª acepción: “Actividad intrascendente o que no ofrece ninguna dificultad”. Además, añade que la frase juego de niños es un “modo de proceder sin consecuencia ni formalidad”.
Hacer una interpretación sobre los juegos infantiles como algo intranscendente, fácil, sin consecuencias y poco formal, es ajustarse poco a la realidad. La importancia del juego ha sido reconocida a lo largo de la historia como un excelente elemento educativo y formativo; por ello, desde la medicina, la psicología, la pedagogía o la historia se ha estudiado el tema, dándole el valor que se merece. Así, en el siglo XVI el filósofo y escritor francés Michel de Montaigne lo dejó claro: “Los juegos infantiles no son tales juegos, sino sus más serias actividades”.
Pero, además de esa reconocida importancia intrínseca, los juegos infantiles han aportado mucho más a la historia de la humanidad, algo que entenderemos mejor con algunos anecdóticos ejemplos que la literatura recoge, con más o menos certeza.
José de Echegaray, premio Nobel de Literatura en 1904, escribió en su libro Ciencia popular (1905): “Los hombres más perfectos, los sabios, imitan los juguetes de los niños. […] A los niños imitan formando burbujas de jabón para estudiar los más sublimes fenómenos de óptica. Si los niños juegan al trompo, los sabios tienen también su trompo y su peonza, sólo que los fabrican con más esmero y los dan un nombre muy pomposo; le llaman giróscopo. Y con esta maravillosa peonza realizan maravillas: desafían a la gravedad, le roban a la aguja imantada su misteriosa tendencia a dirigirse al polo Norte, y en estudiar los movimientos del juguete sabio emplean las fórmulas y los cálculos más sublimes de la dinámica”.
Desde tiempos remotos, la cometa es un juguete infantil muy popular. Niños de todo el mundo han disfrutado y aprendido empíricamente nociones básicas de ciencias haciendo volar sus cometas en el cielo. Tal vez, viendo jugar a los niños, los militares también volaron cometas, en este caso con fines bélicos, principalmente para proporcionar señales a los ejércitos en la lejanía y para medir distancias.
Con su porte sereno y majestuoso surcando el cielo, el globo aerostático, ha sido uno de los grandes inventos de la humanidad por lo mucho que ha aportado a la ciencia, a las exploraciones o al entretenimiento. Para conocer su origen hay que remontarse a la Francia del siglo XVIII, donde cierto día, los hermanos Joseph-Michel y JacquesÉtienne Montgolfier, hijos de un fabricante de papel, jugaban con unas bolsas de papel invertidas sobre el fuego y observaron que, por el efecto del aire caliente, las bolsas subían volando hasta el techo. A partir de este descubrimiento siguieron probando e investigando con bolsas más grandes y materiales más ligeros. El globo Montgolfier, que también es su nombre, hizo su primera aparición pública en 1783.
La historia de Chester Greenwood (1858 – 1937), es muy interesante. Cuando era niño en su pueblo, Farmington (Maine, EE.UU), disfrutaba jugando a patinar sobre hielo; pero las frías temperaturas le incomodaban y dificultaban su actividad. Un día, buscando la manera de protegerse las orejas, le pidió a su abuela que le cosiera unas piezas de piel y terciopelo a un alambre. Así, en 1873, con solo 15 años edad, inventó las orejeras. Tras patentar su idea, dedicó su vida a la protección de las orejas del frio y del ruido. Farmington celebra cada diciembre el "Día de Chester Greenwood".
En 1905, los hijos del estadounidense Elmer Ambrose Sperry estaban jugando con un trompo cuando, uno de ellos, preguntó la razón de que el juguete se mantuviera derecho mientras giraba. Buscando dar una respuesta acertada, Sperry reflexionó sobre el giroscopio cuyo eje conserva siempre su orientación. Al profundizar en esta idea, pensó en un modelo aplicable a la ingeniería moderna. De esta manera, utilizando el giroscopio como estabilizador para barcos y como piloto automático para aviones, transformó radicalmente la navegación tanto marítima como aérea. Sperry, llegó a registrar casi 400 patentes hasta su muerte en 1930.
Y 1930 fue una fecha clave en la biografía del húngaro - argentino László József Biro (Ladislao José Biro). Se cuenta que un día de ese año estaba junto a unos niños que jugaban a las canicas y que observó cómo las bolitas, al pasar sobre un charco, dejaban un rastro de agua en su recorrido. De esta idea surgió un invento que revolucionó la escritura: el bolígrafo; compuesto por una punta de metal con una pequeña bola que gira en su interior a la que le llega una tinta viscosa por un finito tubo. Presentó su proyecto en la Feria Internacional de Budapest, lo patentó en 1938 y lo comercializó años después. En 1950, Marcel Bich compró los derechos del invento y lo popularizó como el famoso BIC Cristal, nombre que proviene del acortamiento del apellido Bich y del material transparente con el que está fabricado. Este exitoso producto vende millones de unidades cada día en todo el mundo, siendo el bolígrafo más vendido de todos los tiempos.
Los conocidos bloques de construcción Lego, con los que han jugado millones de niños y niñas, nacieron de la mano de un carpintero danés, Ole Kirk Christiansen, quien en 1932 creó una empresa especializada en la producción de juguetes de madera. Lego es un acrónimo de “leg godt”, que traducido del danés significa: “jugar bien”. A partir de 1964 se utilizó plástico para la fabricación de los bloques de ladrillo. El historiador y escritor británico Tom Dyckhoff ensalzó la importancia de los Lego para el mundo de la arquitectura. Así explicó que: “Lejos de ser un simple juguete, Lego tiene una clara relación con los edificios del mundo real”. Actualmente se están construyendo edificios con un sistema similar al de los Lego, con unos grandes bloques de poliespán huecos que, tras ser ensamblados, se rellenan con hormigón.
El clásico saltador o cuerda para la comba, ha sido y es un instrumento muy popular entre las niñas de todos los continentes. Pero su uso ha trascendido como simple juego. Actualmente el saltador es un elemento básico para el entrenamiento de la condición física de gimnastas y deportistas; recordemos, por ejemplo, la imagen del boxeador saltando a la comba con gran destreza.
El caleidoscopio es un fascinante juguete que, mediante sus espejos y diminutos materiales refractantes, permite estudiar las leyes de la reflexión de la luz; mostrando cómo los ángulos y las superficies generan perfectas imágenes repetitivas, y sirviendo como una herramienta para comprender la geometría y los fundamentos de la óptica.
Gracias a un simple trompo podemos estudiar los movimientos de la Tierra ya que ambos tienen comportamientos similares en sus giros. Así, en el baile de un trompo podemos descubrir los movimientos de nuestro planeta: rotación, traslación, precesión (también llamado movimiento de trompo), nutación y bamboleo de Chauder.
Podrían ser mucho más, pero valgan estas historias y explicaciones como muestras para fundamentar el planteamiento inicial de este artículo. Desterremos la carga negativa que tiene el juego infantil y empecemos a valorar y a hablar del juego como algo transcendente, complejo, formal y de importantes consecuencias. Y si esto llega a ocurrir, quizá, algún día, los académicos de la lengua puedan cambiar el sentido desacertado de la palabra juego y de la expresión coloquial “ser un juego de niños”.
Como dijo el pensador, jurista y matemático G. W. Leibniz (1646-1716): “Hay tanta materia de reflexión en los cuentos de niñerías y en los juegos infantiles como en las obras de los filósofos”.
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