Aunque movidos por las acostumbradas ideologías anticlericalistas ha habido quien se
apresurado a intentar manchar su nombre, la madre Teresa de Calcuta, ha sido
canonizada. Difícil resulta encontrar en una sociedad como la nuestra en la que los
más nobles valores del ser humano, han sido sustituidos por el becerro de oro a una
persona que como la madre Teresa, haya entregado su vida a dar amor y refugio a los
más necesitados de los necesitados, a los más desprotegidos, a los no olvidados, sino
ignorados.
Sin duda alguna, analizada su obra desde un punto de vista meramente materialista,
esos seres desamparados a los que ella recogía con amor, necesitaban más
atenciones de las que la santa —porque si alguien es acreedor a este adjetivo, es la
madre Teresa— podía facilitarles. Pero si en obra ejemplar hubo carencias, es una
indignidad tratar de imputárselas a ella, que no tuvo nunca el menor sonrojo para
denunciar la injusticia y el egoísmo de los ante tanta miseria, miraban con indiferencia
hacia otro lado.
Teresa de Calcuta fue siempre un ejemplo de lo que es el verdadero amor a sus
semejantes, un testimonio vivo y apasionado de generosidad, una demostración
permanente de sacrificio y renuncia de sí misma, una pauta a seguir —lacerante para
algunos— de servicio a los demás.
¡Servicio a los demás! Cuando constato esta actitud de esa pequeña gran mujer,
pequeña por su contextura, pero inmensa por su capacidad de amar, no puedo por
menos de pensar en la iniquidad de nuestros políticos, que tanto se jactan de tener un
espíritu de servicio y entrega, al confrontarlo con el triste espectáculo del que estamos
siendo testigos desde hace más de ocho meses.
El mandato de los españoles en las dos últimas elecciones, ha sido muy claro: Diálogo
entre las distintas fuerzas políticas. Y sin embargo, lo único que nos han ofrecido ha
sido oportunismo, obstinación, inmovilismo, orgullo, soberbia, prepotencia, desprecio,
enfrentamiento, revanchismo, acusaciones y amenazas mutuas, y un implacable
deseo de aniquilar en sus funciones al adversario. Cualquier cosa menos ese espíritu
de servicio del que tanto blasonan.
Todo un ejemplo de arrogancia y menosprecio a quienes les mantenemos en sus
puestos.
Lo sorprendente de este penoso espectáculo, es que estas actitudes han sido
ejercidas con una intensidad inversa a la confianza obtenida de los electores.
¿Sabrán sus señorías lo que es entendimiento y diálogo?
Hoy, tras lo presenciado y vivido en los últimos ocho meses, los españoles que
vivimos la sorprendente obra que fue la Transición, echamos en falta aquella firme
voluntad de los políticos de entonces, con la que afrontaron con veracidad la realidad
de España, y como aquella disposición se alzó como una atalaya de esperanza en los
corazones de todos aquellos españoles que querían hacer de nuestro país, dentro de
nuestra diversidad, el hogar común desde el que proyectar un prometedor futuro. Me
estremece el alma recordarlo ahora, cuando contemplo la mezquindad de quienes
aspiran a dirigirnos. Como ejemplo paradigmático, y en contraposición de la
agresividad verbal y gestual de los actuales comunistas de Podemos, cabe citar el
hecho de que en la asamblea que el partido comunista de Santiago Carrillo, celebró el
28 de julio de 1977 en Roma, evitó en dicho acto los puños en alto y el canto de la
Internacional, tan del gusto de los socialistas. Carrillo exhortó a la oposición a
«dialogar responsablemente con el Gobierno de Adolfo Suárez sobre las condiciones
de una transformación democrática», asegurando que su partido no estaba sujeto a
ninguna disciplina internacional. La asamblea respiraba deseo de demostrar una
verdadera imagen de moderación.
Me pregunto qué hubiese ocurrido en aquel entonces de haber existido unos políticos
que hubiesen dicho, no, no y no y hubieran antepuesto sus intereses personales y
partidistas, al interés general de todos los españoles.
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