Resulta difícil escudriñar en cualquier faceta de la vida y no encontrar un camino o alternativa conforme a tu propósito inicial, en su lugar, tan sólo cautiverio y fe. Esto es lo que parece ocurrirles a los que ya forman parte del Ejército Español como soldados de tropa o marinería y a los que ansían serlo. Ello se debe, en parte, a la lectura del siguiente dato: la estadística recoge que el 33% de aspirantes al citado cuerpo y tras haber superado todos los preliminares de selección / formación y experimentar el primer contacto con la realidad que les va acoger, presentan su dimisión irrevocable. Y digo en parte, porque verán el alentador ‘coste de oportunidad’.
El compromiso del soldado con el ministerio de defensa salvo excepciones muy concretas, se agota a la edad de 45 años. A partir de aquí, el background del profesional se convierte a ojos de todos en un intervalo de tiempo que únicamente le atañe a él sin mayor trascendencia para el resto. Este condicionante representa a mi juicio un irresponsable demérito para con la sociedad, porque abandona toda intención seria de corregir la exclusión resolviendo los años de servicio y entrega con un subsidio compasivo y ciertos acuerdos vinculantes con el mundo civil que bien pudieran parecerle al interesado algo así como una extinta ‘carta de recomendación’. Y por supuesto, el pertinente: “¡gracias por todo!” Otro menoscabo vendría con la posibilidad real de encontrarse con todos y cada uno de los tópicos instalados en el imaginario colectivo y además, asistir a la representación extemporánea de todos ellos. La formación continua, histórico acicate motivacional y estratégico para revivir y actualizar la profesión convirtiéndola en opción para muchos jóvenes, se muestra fracasada a tenor de la valoración de los propios soldados. La califican de arbitraria en su reparto, nunca conciliable con el servicio, de bajo perfil y no homologable con el desempeño civil.
A mucha, pero mucha distancia de la recibida por la escala de mando. Lamentablemente, este fragmento sigue abundando en lo mismo pero se acerca más a la ensoñación o perogrullada. Verán, cualquier intento de alinear ciertos adjetivos como el de profesional en este caso, de las Fuerzas Armadas (en adelante FF.AA.), con retribuciones salariales que como mucho podrían calificarse de ‘ayuda económica’, es una intelección y un ensayo de comunismo teórico donde la ideología utópica convierte al militar en anatema del Estado. Más apabullante aún, si lo comparamos con el incremento presupuestario que gira en torno al diez por ciento. Sumando en el año 2023 un gasto militar total de 22.223 M de euros. La todavía hoy poca disposición al diálogo de la actual ministra de defensa con las diferentes asociaciones de las FF.AA. no hace sino reafirmar la nula voluntad política de dotar al colectivo de mayor reconocimiento en su papel social y constitucional, obviando los cambios necesarios y urgentes para mejorar el modelo actual.
Al hilo de lo expuesto contarles la incomodidad manifiesta de una cohorte de hombres y mujeres que opositan a futuros guardias civiles en la escuela de Baeza (Jaén). En particular, de aquellos candidatos que están en posesión de un grado universitario o licenciatura respecto a otros aspirantes que no, pero por el contrario pueden acreditar una permanencia mínima de cinco años en las FF.AA. y que pondera especialmente en la valoración del conjunto de méritos aportados.
Los titulados universitarios apelan al principio de igualdad que ha de regir en todas las oposiciones para el acceso a la función pública. Lejos de pronunciarme sobre la evaluación de las capacidades necesarias para el ejercicio de cualquier profesión, si lo haré para advertir que hechos comparables sitúan a estos militares al albur de opiniones en muchos casos irracionales y en otras frívolas, en un contexto que ellos no han provocado ni mucho menos desean.
Vocación inapelable para muchos, a pesar de un retorno no siempre a la altura.
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