No importa que pase el tiempo ni las circunstancias varíen. Llegado el estío y a lo largo de un fin de semana, cada pueblo engalana su plaza e invita a sus vecinos y a los de los pueblos de alrededor, a olvidarse por un momento de la sequía, las cosechas perdidas, el ganado –que es diezmado por las circunstancias- y la emigración, a le que todavía están sometidos algunos de ellos.
Pese a la llegada de la cibernética y la IA., siguen contando con las mismas atracciones que han tenido desde siempre, lo que nosotros llamábamos “carricoches”: El tren de la bruja, las olas, el látigo Pérez, la noria infantil, los coches de choque, la caseta de tiro, el puesto de turrón –con los mismos turrones de hace cincuenta años-, el carromato de los buñuelos y los churros, el puesto de coco –con un chorrito de agua refrescante-, etc., etc. Mi mujer tan solo echa de menos las barquillas que se elevaban a fuerza de impulso. También ha cambiado el sistema de tracción. Hoy está completamente electrificado. Cuando yo era pequeño obtuve mi primer empleo como “empujador” de un tiovivo de “tracción animal” que estaba cerca de mi casa en pleno Perchel. Mi padre me rescató del mismo a fuerza de cogotazos –que hoy serían objeto de demanda, pero que a mí me vinieron muy bien-. La otra parte de la feria, la de los mayores, también sigue igual. Un escenario de madera en tenguerengue, en el que se coloca una orquesta, heredera de aquellas formadas por un acordeón, un “yambar” y un violín. Las orquestas de hoy traen instrumentos electrónicos y una vocalista de buen ver. Comienzan con los últimos éxitos y acaban con Paquito el Chocolatero, lo que consigue enardecer a la multitud. En esos bailes se “apañan” matrimonios, se recuerdan viejos tiempos y se mueve el esqueleto a modo. Mientras tanto, en la barra del bar, se olvidan las penurias a base de cerveza y pelotazos. La fiesta se acaba cuando se agota la cartera, las piernas o la música. Unos fuegos artificiales despide el festejo hasta el verano próximo. Mi buena noticia de hoy me la transmiten esos hombres y mujeres curtidos por el sol y el trabajo diario, que visten sus mejores galas y tiran de la faltriquera para proclamar que “un día es un día”. A lo largo de las jornadas siguientes, rememorarán aquél baile en el que se hicieron amos de la pista y de la “toña” que pescaron que les hizo acabar algo perjudicados, pero que les hicieron sentirse como si hubieran vivido una velada en Puerto Banús.
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