El mismo Rey tiene que reconocer que se lo ponen fácil. Porque estar por encima, muy por encima, de la chusma política que detenta eso que llaman soberanía popular y que coloniza el Ejecutivo, el Legislativo y va a por el Judicial, no es difícil. Superar a esta ralea de “servidores públicos”, en lo personal, en lo ético, en lo político y hasta en lo humano, es más que asequible. El Rey está a años luz de todos ellos. Y también él, la Reina y sus hijas, están muy por encima de nombramientos interesados, decisiones tomadas a base de nepotismo, prebendas y negocios poco claros y aún sin aclarar.
El Rey -y seguro que le costó- tomó decisiones relacionadas con su padre y su hermana, pensando en el bien de España y de la Institución. Otros podrían aprender.
Por eso se notaba la desazón, las sonrisas forzadas y las miradas huidizas cuando el Rey, en su discurso, decía aquello de que hay que discernir lo que es correcto y hasta asumir un costo personal.
Pero ocurre que para tomar ciertas decisiones, hay que estar personalmente limpio y libre de cualquier tejemaneje sucio o poco edificante.
Pocos pueden exhibir la misma trayectoria y aún están menos capacitados para asumir acciones concretas, de las que Felipe VI es ejemplo.
Como decía Chesterton. “Un buen Rey no sólo es algo bueno, sino que probablemente sea lo mejor”.
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