Más allá de las peripecias conocidas y de lo estrambótico de la situación causada por las monjas de Belorado, el verdadero drama acontece en el corazón de esas mujeres que han dedicado su vida entera a servir a Dios y a la Iglesia y que, al menos en parte, han sido manipuladas, engañadas y separadas tan dolorosamente del cuerpo eclesial.
El caso Belorado es también, con toda la tristeza que conlleva, una ocasión privilegiada para agradecer el testimonio de tantos hombres y mujeres que viven con entrega admirable y fiel su vida monástica. La vida cristiana y la misión apostólica necesitan de su ejemplo para liberarnos, entre otras cosas, del mito de la eficiencia y de la obsesión por la productividad, que al final terminan por abrir las puertas de par en par al espíritu del mundo e impiden que demos verdadero fruto.
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