No es que esté todo dicho en la pequeña o gran batalla que “el nacido en Belén” sostuvo con la alta clase teocrática del Israel de sus tiempos, los fariseos, pero sí podríamos afirmar que sus dedicatorias a ellos pueden ser trasladadas a buena parte de los seres que forman con nosotros esa sociedad de falsedades de la que creo también soy miembro.
Aquello de “ciegos y guía de ciegos” o “sepulcros blanqueados”, entre otras frases, podía definir a buena parte de la sociedad que conformamos, pero creo bajo mi punta vista que ninguna como esta: “haced lo que ellos dicen, pero no hagáis lo que hacen”
Y es que a esta pantomima de sociedad anónima y/o limitada en la que estamos inmersos en un torbellino que desea tragarnos con voracidad, sobra verborrea y faltan palabras y hechos que la avalen.
Pero no solamente en política, justicia, libertad, proporcionalidad de bienes, igualdad por razón del nacimiento de cada uno, ya saben, norte o sur, además de sexo, fe e ideología, sino en todo ese conglomerado donde descansa nuestra existencia: alimentación básica, formación, la siempre falsa igualdad de oportunidades, habitáculo familiar y concepto de auténtica revolución, que, por cierto, no es otra cosa que el cambio de nuestra mentalidad para no adaptarnos a un mundo farisaico donde ondean los mástiles de la mentira e hipocresía.
En política, decía, es sumamente fácil identificarlos, hecho que en la vida común, la del día a día, ofrece cierta dificultad porque los “ropajes” con los que se cubren son bien diferentes, pero están, tal vez estemos, por todas partes con nuestros disfraces de poetas, escritores, personas serias que se amoldan a toda clase de fariseísmo posible, convirtiéndose ellos en auténticos escribas.
En el mundo poético, numerosos de sus habitantes, los poetas, cohabitan con las farisaicas tribus de la corrupción a las que rinden toda clase de culto para poder llegar a ser, contar y creerse algo.
Qué vergüenza sentirían algunos y algunas si yo manchara esta blanca pantalla que tengo delante de mis ojos con algunos de sus nombres y cargos de los que se valen para subir a la cúspide de la nada; pero no se preocupen queridos lectores, pues todo se andará y los “palacetes y mazmorras” volverán a tener nuevos habitantes y aquél que todo husmeaba dará fe de ello.
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