Mi vecino Manuel tenía una huerta de grandes dimensiones. Los veranos, estando de vacaciones en el cole me iba a pasar con él algunos días, incluso me bañaba en la alberca. Cogíamos tomates y pepinos. Sin embargo, mi vecino tenía varias higueras, echaban unos hijos que eran una delicia al paladar con esos minúsculos granitos masticando y chirriando en la boca. El papel hológrafo nunca notifica las excelencias de estos “frutos”, los higos que, aunque se come como fruta, no lo es.
La canícula ha llegado a su punto álgido. El higo en este mes de agosto, es cuando está en mejores condiciones de consumirlo. Me encantaba mirar la higuera buscando entre sus grandes hojas los higos escondidos y más gordos seleccionándolos para comérmelos. Comerse un buen higo es un placer y si es, debajo de la espesura de sus hojas, mejor que mejor.
Este año he encontrado un hortelano que tiene una verdulería. Días atrás me llama y me dice: Pepe, ya tengo los primeros higos. Le conteste: guárdame una cajita con dos kilos.
Cuando estaba poniendo el mostrador con las hortalizas y frutas de su huerta, me entregó la caja, no sin antes coger un hermoso higo, fue metérmelo en la boca y masticándolo con placer, fue una delicia. ¡Claro está!, para quien le gusten los higos. Aunque, a decir verdad, lo singular de esta parafernalia del higo, es la puesta en escena. Meter la mano entre las hojas, escondido, cogerlo y comértelo. Aún me acuerdo de mi vecino Manuel, cuando me decía: Pepe, el higo como mejor sabe y se saborea es lentamente, saboreándolo y si es con pellejo, mejor. Yo a mis amigos les digo: el higo como mejor está, es con un fino de Moriles. Chachi de verdad.
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