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Economía
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¿Por qué el Banco de Santander compra sus propias acciones y qué consecuencias tiene?

Comentario económico de Juan Torres López
Juan Torres López
viernes, 30 de agosto de 2024, 14:04 h (CET)

Los medios de comunicación han informado de que el Banco de Santander dedicará 1.525 millones de euros, el 25% del beneficio ordinario de su grupo de empresas en el primer semestre de este año, a recomprar sus propias acciones.


La operación se presenta como una especie de heroicidad del banco, una muestra de su fortaleza y como una estrategia para «animar a los inversores e impulsar su cotización en Bolsa».


Puesto que los bancos controlan los medios, es normal que estos no expliquen lo que de verdad significan ese tipo de operaciones y las consecuencias negativas que pueden tener para el conjunto de la economía. Voy a tratar de explicarlo a continuación brevemente y de la forma más sencilla posible, sin entrar en los aspectos legales que hay detrás de ellas, ni en sus diferencias con las que se dan en otros países.


Las grandes empresas capitalistas emprenden negocios para los que se necesita mucho capital, bastante más del que suelen tener sus principales propietarios. Para disponer de recursos suficientes, aparecieron las llamadas sociedades anónimas que obtienen el capital que necesitan vendiendo «acciones». Quienes las compran se convierten en sus copropietarios y de esa manera se logra acumular recursos que, como he dicho, no podrían haber puesto por sí mismos los capitalistas originales.


Las sociedades anónimas emiten las acciones y las venden en las bolsas de valores a un precio que depende de su oferta y demanda. La oferta que hagan las empresas se hará en función de su necesidad de capital y la demanda lógicamente dependerá de la rentabilidad que se espere obtener de ellas. En principio, cuanto mejor sea la marcha de la empresa y mejores expectativas de beneficios tenga, mayor «dividendo» (retribución por acción) podrá proporcionar a sus accionistas y más elevado será el precio de las acciones.


Por lo tanto, la cotización de las acciones que una sociedad anónima venda en la bolsa de valores debería ser el reflejo de las condiciones en que desarrolla su negocio, de su trayectoria empresarial pasada y de la que se espere en el futuro. Y, de esa forma, los mercados de acciones actuarían no sólo como la fuente para obtener recursos de capital, sino como un sistema de incentivos para hacer que las empresas innoven, desarrollen buena gestión y se sitúen en la vanguardia de los negocios. Teóricamente, si las empresas quieren disponer en los mercados del capital externo que necesiten, deberán esforzase por tener un buen rendimiento productivo y, a partir de ahí, obtener rentabilidad y ofrecerla a sus accionistas.


Sin embargo, en los últimos años se viene produciendo un fenómeno singular y muy significativo.


Las grandes empresas del planeta han logrado establecer unas condiciones económicas, políticas y sociales muy favorables, consiguiendo así obtener márgenes muy elevados, beneficios nunca antes conseguidos y una acumulación de liquidez sencillamente extraordinaria. Sólo 13 empresas no financieras de Estados Unidos tenían a finales de 2023 más de un billón de dólares en dinero contante y sonante, en efectivo. El total de las de ese país, 6,9 billones (más que el PIB de Alemania y la India juntos), las 100 más grandes del mundo unos 10 billones de dólares, y las 9.300 mayores del planeta unos 30,5 billones (los datos aquí).


Sin embargo, y en contra de lo que nos dicen que ocurre en el capitalismo, lo que sucede cada vez con más frecuencia es que la mayoría de esas grandes compañías utilizan una proporción cada vez mayor de sus beneficios y de esa liquidez inmensa, no para realizar nuevas inversiones, para innovar, mejorar salarios o emprender nuevos negocios, sino para recomprar sus propias acciones. En el primer trimestre de este año, lo han hecho 352 de las 500 mayores empresas de Estados Unidos y Goldman Sachs prevé que, sólo en ese país, se realicen ese tipo de operaciones por valor de un billón de dólares en 2025. En España, Banco de Santander, BBVA y Caixabank han dedicado a estas operaciones más de 20.000 millones de euros desde la pandemia.


Se dice que las recompras de acciones como las que ahora se anuncia del Banco de Santander aumentan el valor de las acciones de una empresa y la riqueza de los accionistas, consolidan la propiedad de la empresa, reducen el coste general del capital y muestran una situación financiera más atractiva para los inversores. Y es verdad. Pero las recompras de acciones tienen también otras consecuencias negativas de las que los medios de comunicación no suelen hablar.


En primer lugar, es muy habitual que esas recompras se hagan recurriendo a la deuda, lo cual es claramente una aberración, aunque sea muy rentable para los grandes accionistas.


En segundo lugar, la experiencia indica, como es lógico que ocurra, que detraen recursos de la inversión productiva. Sirven para que los beneficios se alimenten cada vez más a sí mismos, en perjuicio de la capacidad productiva, de los salarios y la productividad. Se estima que sólo unas cuatro de cada diez de las 500 grandes empresas cotizadas en Estados Unidos realizan algún tipo de gasto en I+D. En el caso de los bancos españoles, está claro que este tipo de operaciones se lleva a cabo en perjuicio del mayor y más barato acceso al crédito de empresas y consumidores, de mejores servicios a los clientes y, desde luego, de más empleo y mejores salarios.


En tercer lugar, se ha comprobado que, en muchas ocasiones, las recompras se utilizan para manipular los precios de las acciones de sus empresas en beneficio de los altos directivos y de otros compradores oportunistas (bancos y fondos de inversión) con información privilegiada. Benefician, por tanto, a los accionistas más ricos (como ha reconocido hasta el propio Fondo Monetario Internacional) a expensas de los menores y, por supuesto, de los trabajadores y de la marcha de la empresa y de la economía en general.


En cuarto lugar, y aunque no puedo profundizar en este tema, hay que tener en cuenta que las recompras de acciones propias se suelen hacer gracias a privilegios legales y fiscales que, unidos a lo anterior, producen desigualdades y pérdida de recursos colectivos. No en vano, las recompras de acciones eran ilegales hasta los años 80 del siglo pasado, cuando las políticas neoliberales de plena libertad para el capital las comenzaron a consentir.


Por último, con el pretexto de aumentar el beneficio de los accionistas, las recompras de acciones pueden utilizarse para maquillar los resultados contables de las empresas, alterando también artificialmente los indicadores o «ratios» que deben reflejar su situación y desarrollo reales.


Las recompras de acciones por parte de las grandes empresas ya han superado a los dividendos como medio de retribución a los accionistas en Estados Unidos y puede que eso vaya a ir ocurriendo en los demás países. Se deberían limitar, no favorecer de cualquier manera y asegurar que no perjudiquen a la inversión productiva, a la innovación, la productividad y los salarios, ni a los accionistas más modestos.


La justificación que siempre se da para mejor constantemente las condiciones en que operan las grandes empresas es bien conocida: hay que favorecer que obtengan el mayor volumen posible de beneficios porque de ahí vendrá más inversión, más empleo y mejores salarios y, en definitiva, mejores condiciones económicas para todos. Un mito más que la realidad y en concreto la gran expansión de las recompras de acciones desmienten día a día.

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