Cuando forjamos una amistad con alguien lo que hacemos es generar una confianza que no encontramos en los demás. Poder abrirnos realmente y expresar cómo nos sentimos es, a día de hoy, un privilegio. Y será a esa persona a la que le contemos de verdad las cosas que nos suceden en el día, nuestras preocupaciones, nuestros miedos, nuestras rupturas o incluso, nuestros desagrados. Hablaremos mal de muchas de las personas que conforman nuestro entorno, nos derrumbaremos y lloraremos explicando lo que nos está sucediendo, de la misma manera que haremos planes y sentiremos alegría ante la presencia de esa amistad.
Sin querer, le enseñaremos nuestra vida de una forma real si lo comparamos con ese entorno con el cual nos relacionamos. Nos mostraremos auténticos y podremos ser como somos sin máscaras ni ataduras pero el problema viene cuando eso se rompe o se producen distanciamientos ya sea por la vida o de forma voluntaria. Será ahí cuando nos plantearemos situaciones que pueden darse, como es la de pensar qué pasará con todo aquello que hemos contado a la persona con la que compartíamos una confianza plena. Nuestros mayores secretos podrían ser revelados a unos y otros, con mala o buena intención.
Quizá no nos paremos a pensar cuando las cosas están bien en que si algún día, esa persona decide irse de nuestro lado, o incluso somos nosotros mismos los que nos alejamos, qué pasará con toda esa cantidad de información que tiene o tenemos. Podría ser información de mayor o menor relevancia, pero es algo que podría herirnos porque es algo que en su día decidimos sólo compartir con una persona que hemos elegido. Y esto se puede extrapolar también en asuntos de pareja donde también todo aquello que hemos hablado y enseñado de nosotros mismos puede caer en grupos inadecuados que pueden, incluso, alegrarse de nuestras desgracias.
Lo cierto es que cuando alguien decide hablar de algo que puede ser delicado, es necesario guardarlo en la caja fuerte del alma o del corazón y no dar pie a emplearlo en situaciones futuras porque cuando ese alguien a pesar de poder destrozar a una persona con toda esa información, decide no utilizarlo, es digno de respeto.
Hoy en día, ser auténtico y leal, son valores que no están muy presentes en la sociedad y es algo que debería existir en cualquier relación humana, porque somos seres sociales que tenemos la necesidad de relacionarnos, de hablar, de expresarnos, de entablar uniones con nuestros iguales. Somos personas que sanamos dialogando cuando estamos heridos y necesitamos desahogarnos.
Es por eso, por lo que es necesario tener claro que la confianza con alguien puede estar presente hoy pero que por cuestiones vitales, quizá mañana no exista pero que a pesar de ello, lo que hemos contado merece el respeto de quedarse enterrado en aquella época en la cual lo contamos. Que si alguien con quien compartíamos nuestro tiempo, acabada la relación de amistad o amor, decide sacar todos los trapos sucios al entorno o ante nuestros círculos más próximos, no merece nada de respeto, porque algo sólido se fundamenta en la certeza de no tener miedo cuando algo se rompe.
Y es que ante esta situación, debemos ser realistas y ponernos en el lugar del otro. Tenemos que pensar que la vida privada es de uno mismo y de ahí el término privado. Nadie más que los elegidos por la propia persona deben saber más de lo necesario. Y aunque la relación se haya roto, no hay sensación más satisfactoria que tener la certeza de que, a pesar de todo, la persona con la que compartimos nuestros secretos, no hablará de ellos a nadie con el fin de hacer daño por esos sentimientos encontrados que pueden surgir a raíz del tiempo.
Todo el mundo merece respeto y eso debe empezar por aquellas personas que más han formado parte de nuestra vida porque si no comienza por ellas, entonces qué podemos esperar o plantearnos con otro.
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