Recuerdo que el desprecio mostrado en la apertura de los Juegos Olímpicos de París no fue sólo hacia la cultura en mayúsculas, sino también contra la cultura deportiva, que entraña valores (respeto, convivencia, honestidad, ejemplaridad…), ayuda en la forja de virtudes (fortaleza, templanza, prudencia…) y que, en determinados momentos, puede considerarse arte (¿no es cierto que hay movimientos y jugadas en algunas disciplinas que se contemplan así?). Era el momento de sacar a relucir este espíritu, de ofrecer un espectáculo bello de forma y fondo, de dejar boquiabierta, emocionada, a la opinión pública. Sin embargo, han optado por un alarde de chabacanería woke, queer, como se quiera catalogar, si se puede, sin referencia alguna a estos presupuestos. Por otro lado, en los eventos deportivos siempre se mira con ojo crítico los desaires, la falta de modales, las expresiones de desprecio o superioridad. ¿Cómo encajar un espectáculo hiriente a la sensibilidad que, por cierto, siguieron millones de niños y jóvenes en directo?
Asimismo, la celebración, de pretensión aperturista, fue, contrariamente, una declaración de intolerancia hacia todos aquellos que no están de acuerdo con la propuesta antropológica escenificada por tener una sensibilidad diferente. Las Olimpiadas, que son un símbolo de la amistad entre los hombres y los pueblos, han propiciado sin ninguna necesidad un enfrentamiento que va más allá de un credo o de un color político.
Es decir, en nombre de la diversidad y aprovechando una cifra de audiencia impresionante se ha perpetrado un sibilino acto de totalitarismo (totalitarismo blando, totalitarismo woke, pero totalitarismo). Aceptar al diferente es una aspiración loable, pero no a costa de diluir la naturaleza humana, la que compartimos todos y es universal, como es la naturaleza universal (es el significado de católica) del olimpismo. ¿Qué convivencia puede establecerse en una sociedad que reniega de todo ello? En definitiva (otra paradoja) un evento que debería celebrar la armonía de mente, cuerpo y espíritu de los deportistas ha fomentado la confrontación en el contexto encadenando una paradoja tras otra.
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