No por alzar más la voz, gritar y resonar más alto se tiene más razón. La verdad no es directamente proporcional a la intensidad de los gritos. Ni se mide por los decibelios alcanzados.
Abrazamos informaciones suspicaces aún a sabiendas de que lo son, del mismo modo que compramos en el top manta imitaciones de las mejores marcas a un precio ridículo. Ahorro económico; ahorro mental. Un sonotone particular que se enciende y se apaga a merced de lo que nuestra certeza quiere escuchar.
Apenas tres de cada diez personas son capaces de distinguir una información cierta de una trola (estudio de Maldita). Y más de la mitad de los jóvenes en España, a pesar de su natividad digital, tienen dificultades para detectar una noticia falsa (estudio de Save the Children). Fruto de ello es que las fake se retuitean un 70% más que las verídicas, según el Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT). Como quien ofrece un caramelo a un niño.
Pero si lo dice la tía abuela Paquita por el grupo familiar de WhatsApp o tu amigo Agustín las fiestas del pueblo por algo será. Familiares y amigos. Esas son las fuentes principales de información a las que recurren más del 72% de los jóvenes en España. En otras palabras, buscamos cercanía y confianza refugiándonos en esa cueva llamada sesgo de confirmación.
El Plan de regeneración democrática contra la desinformación, tan adyacente a Europa - como todo - como utópico, habida cuenta de la complejidad que supone controlar este fenómeno, pretende ser la solución. Ignoran la pedagogía. Y que más domable es el viento. Titulares vacíos que eclipsan debates serios, profundos y llenos de contenido entre la ciudadanía.
Solicitar información básica a los medios de comunicación debería ser tan cotidiano como presentar con pelos y señales la procedencia de hasta el último céntimo recibido. Ese que intenta poner en equilibrio tu balanza de ingresos y gastos mensual tratando de emular a David y Goliat.
Qué agudo que lo haga la política. Bendita quimera. Felipe dijo que no a la OTAN y al final sí. Aznar todavía asegura que fue ETA. A día de hoy, aún no sabemos quién es ‘M. Rajoy’ en los papeles de Bárcenas. Y Sánchez juró a los cuatro vientos que jamás habría una amnistía, ni que pactaría con Iglesias. En este caso no está solamente en riesgo esa variable cada vez más incontrolable por el auge de canales de comunicación en constante emergencia y transformación que devora datos con la excusa de la híper personalización informativa, sino otra variante que sí corre de su cuenta y es tan perfectamente dominable como peligrosa en su ausencia: la palabra.Y el honor.
Como aquel que, sentado en un banco, se irrita y espanta a las palomas con odio jaspeando una mano mientras con la otra les ofrece pan. Pan duro, ese que tú no quieres ni te vas a comer, pero pan.
Escribí esto ademán del último debate electoral y, como fiel defensor de la pedagogía social, vuelvo a expresarlo con la certeza de que no será la última. Porque, por mucho que la política intente - o eso pretenda hacernos creer - poner frenos a este virus llamado desinformación, y como prácticamente todo en esta vida, el mejor antibiótico eres tú. Hazte estas preguntas, las mismas que se haría un buen periodista. Las clásicas 6W’s.
Qué. Qué me están contando. Contrastarlo con otras fuentes de información. Quién/quiénes. Quién me está informando. Investiga el perfil del autor; en qué medio trabaja. Dónde. En qué medio o canal lo estoy consumiendo, con cuidado de los que suplantan la identidad. Por qué. Cuál es el contexto. Por qué razones me informan sobre ese tema en concreto. Cuándo. En qué momento me lo cuentan. Quizá no es casualidad. Cómo. De qué manera nos informan. Cuál es su interés. No confundir con la opinión, como las palabras que estás leyendo.
Pedagogía y PERIODISMO con mayúsculas. La sociedad, o será informativamente crítica, o no será. Y tan solo nos quedará la esperanza de que el cabreo efervescente constante, como todo en esta vida porque somos así, también nos canse. Piensa mal y acertarás.
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