Michel Barnier, primer ministro de la República francesa, es la persona que puede mantener, además, un discurso serio, alejado de soluciones populistas frente al reto de la inmigración ilegal. Ha expresado la importancia de detener inmediatamente las regulaciones, limitar rigurosamente la reagrupación familiar, reducir la cogida de estudiantes extranjeros y la ejecución sistemática de la doble pena.
Barnier aboga por una moratoria de 3 a 5 años sobre la inmigración a la Unión Europea y de esta manera estudiar los problemas asociados a la inmigración en Francia. En este sentido, el que será nuevo primer ministro defiende para Francia una soberanía de carácter jurídico en esta materia tan sensible, una especie de “escudo constitucional”, con el objetivo de que las decisiones en materia de inmigración se vean amenazadas por sentencias emanadas del Tribunal de Justicia de la Unión Europea (Luxemburgo) o del Tribunal Europeo de Derechos Humanos (Estrasburgo) o incluso por una interpretación por parte de la institución judicial francesa. Debemos observar cómo aborda este desafío estando realmente en el gobierno.
Lo que resulta claro es que Emmanuel Macron ha apostado por un primer ministro del centro derecha francés y europeo, frente a los extremos y a los discursos nacionalistas y populistas que podían representar los partidos Agrupación Nacional de Marie Le Pen y Jordan Bardella, y la Francia Insumisa de Jean-Luc Mélenchon.
Frente al nacionalismo y al populismo, la solución en Francia ha sido estabilidad, experiencia, sentido común y europeísmo, lo que da un margen al país, y un respiro a la Unión Europea, para hacer las cosas y que los extremos poco a poco se desinflen.
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