He leído en la prensa que el pasado viernes cuatro se celebró el día de la sonrisa. Como tantos otros “días de” pasó sin pena ni gloria. Todos nos encontrábamos enfrascados en discutir sobre cual o cuales de nuestros políticos lo hacen peor. Está claro; venden mucho más las malas noticias que las buenas. Nuestras caras manifestaban algo diferente a la sonrisa. Viene a mi memoria aquella campaña publicitaria, promovida por el gobierno español, que se realizó para intentar compensar el aspecto rudo y de mala leche que emanaba de los personajes típicos de las películas de la época (López Vázquez o Landa, entre otros). Se llenaron las paredes y los escaparates del lema “sonría por favor”, al que le dieron un viso de modernidad, traduciéndolo por el “smile please”. Posteriormente, la Iglesia Católica adoptó este mensaje a una concepción basada en textos bíblicos. Realizó una campaña basada en el “sonríe. Dios te ama”, que tuvo una aceptable repercusión. Pese a todas estas recomendaciones y dado el olvido de las mismas, un americano -como no- Harvey Ball, instituyó hace unos años (1999) ese día, basándose en el dichoso icono que ha invadido nuestros teléfonos móviles. Por cierto, este señor no montó en cólera al percibir solo 45 $ por su idea que jamás registró. Sus caritas se han perpetuado en los móviles y mensajes de todo el mundo. Me parece que está bien traída esa llamada al cambio de la cara de vinagre por la sonriente. Tímida o abierta. Pero no confundamos la sonrisa con la risotada, que pasa del reírse con al reírse de. La más practicada por el común de los mortales es “reírse de”, que hace “feliz” a todos… menos a la persona objeto de la burla. Por eso tenemos que distinguir entre el que tiene gracia del “gracioso” profesional. Hechas estas disquisiciones me remito a la conveniencia de usar, y hasta abusar, de la sonrisa. Es muy buena para el cuerpo y para el espíritu propio. Y ayuda al encuentro con los demás. Sonría. Por favor. Todos los días. Lo necesita la humanidad.
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