Un Boston frente a Nueva York dará el pistoletazo de salida a una temporada que, cómo siempre en la competición con más fasto y prosopopeya en el panorama baloncestístico, se entrevé colmada de altos voltajes; de equipos desinflados con etiqueta de favoritos y postergados que cobran a los primeros un tributo inesperado; de jugadores que encarnan ascensos meteóricos y presumibles diamantes que de tan pulidos antes de tiempo acaban deslucidos y sin rozar la categoría de piedra preciosa en el mercado.
El único escuadrón que se ha ganado el reconocimiento de candidato a batir son los verdes de Massachusetts, recientes enanillados y con una trocha recorrida que, a excepción de 2021, desde 2017 ha alcanzado, como mínimo, la final de la Conferencia Este: una transición apuntalada por los movimientos de Brad Stevens en los despachos, el hambre de Joe Mazzulla en el banquillo y la tenacidad de la que es de pleno la mejor dupla de aleros de toda la NBA: Jayson Tatum y Jaylen Brown.
A su alrededor orbita un elenco privilegiado que forma una conjunción garante de éxito: el astro mayor, el letón Porzingis —que se mantendrá en la nevera hasta diciembre— en su primer año como local del TD Garden se ha convertido en uno de los mimados de su público y, cuando aparece en escena, nunca rehuye los focos. White y Holiday, completando el quinteto ubicado en la historia de los más destacados, son dos perros de presa, defensores excelsos de exteriores —y de interiores si toca—, a los que no les quema el balón cuando de una floritura se requiere.
Ante este escenario celta, al que se suman los confiables Pritchard, Hauser, Horford, Tilman, Springer, Queta, Kornet y, ahora con el enésimo milagro obrado, Lonnie Walker, las apuestas de los doctos en la materia no dejan de secundar la superioridad con la que, uno tras otro, fueron fulminando a sus emparejamientos en los Playoffs con sólo tres derrotas por lamentar frente a las 16 victorias indispensables para aupar al techado del pabellón el trofeo Larry O’Brien.
Tras Boston, la lista de sus más inmediatos perseguidores comienza por su primer oponente; los de la Gran Manzana arriesgaron hace escasas semanas para hacerse con los servicios de Karl Anthony Towns, autoproclamado mejor hombre alto tirador y que, en peldaños inferiores a los que acostumbran Jokic y Embiid, suele gozar junto a Adebayo y Sabonis —a expensas del siguiente paso de Wembanyama y Sengun— del título de mejor pívot de los mortales. Pero no hay consenso sobre si, con DiVincenzo y Randle como moneda de cambio enviada a Minesota, se ha actuado con tino o estulticia.
En la misma división Atlántica, los Sixers de Filadelfia, capitaneados por el propio Embiid, quien parece mejor rodeado que nunca con un avezado all star como es Paul George, y Tyrese Maxey que, por sus méritos en la cancha, ya ha ostentado el cetro de mando, están ante una oportunidad única para dar el do de pecho y espantar a sus fantasmas de la postemporada.
En el lado oeste del cuadro cualquier predicción es una quimera. Dallas, finalista y postrera víctima de Boston, accedió como quinto de conferencia a tal lugar y, realmente, las posibilidades de que repita son más bien exiguas si se atiende al presumible crecimiento de sus contrincantes: los Wolves de Edwards y disponen de roles más claros, con Reid capaz de suplir la ausencia de Towns, y Randle y DiVincenzo de reportar números y carácter. La juventud de Oklahoma —y la de Houston, muy prometedora— ya se ha labrado la suficiente experiencia como para no amilanarse en las noches de gala. Denver suma a su fórmula a un veterano como Westbrook, con ganas ciegas de anillo; y Memphis resurge sin el rosario de lesiones que le lastraron de principio a fin en la 23/24.
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