Sr. Director:
A veces se ha comentado en diversos foros que la verdadera, genuina y auténtica contemplación espiritual y religiosa únicamente se da en los conventos y monasterios y esto no es del todo exacto. No resto ni un ápice a la vida religiosa, por el contrario, la comprendo, la alabo y rezo por la fidelidad y nuevas vocaciones de religiosas y religiosos porque suponen un gran bien para toda la Iglesia. Pero el término contemplación es mucho más amplio. El Diccionario de la RAE la define como “ocuparse el alma con intensidad en pensar en Dios y considerar sus atributos divinos o los misterios de la religión”. Bergson afirmaba que “los grandes místicos han sido generalmente hombres y mujeres de acción, con un sentido común superior”. Prueba de ello son santos como Teresa de Jesús o Juan de la Cruz, preclaros místicos sin lugar a duda, pero que a la vez desarrollaron una actividad incesante.
Desde hace casi un siglo el Fundador del Opus Dei, san Josemaría Escrivá, predicó sobre la contemplación en medio del mundo, santidad en el desarrollo del trabajo cotidiano y en la vida familiar, social, profesional… y esto tiene su origen en la vida de los primeros cristianos. Ahora, hasta el Concilio Vaticano II ha querido recordar y actualizar esta doctrina. Es otro modo de vivir la contemplación, no como algo distinto de la acción, sino que acción y contemplación se funden en una unidad intrínseca que lleva a Dios. Es evitar la dicotomía que algunos creen apreciar en la actitud evangélica de Marta y María, las hermanas de Lázaro. “Dios os llama, decía san Josemaría, a servirle en y desde las tareas civiles materiales, seculares de la vida humana. (…) Sabedlo bien: hay un algo santo, divino, escondido en las situaciones más comunes, que toca a cada uno descubrir”.
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