Pienso que sería ingenuo —e incluso injusto— reducir el problema de la desinformación únicamente a las nuevas tecnologías. La intención de engañar o de sesgar la información ha sido una constante en la historia de la humanidad. Desde el surgimiento de los medios de comunicación de masas, el poder político ha mostrado un interés explícito por influir en ellos. Desafortunadamente, algunos grandes medios no siempre han sabido preservar su independencia. El compromiso con la verdad no debe estar subordinado a intereses a corto plazo ni a alineamientos partidistas. Frente al avance de la desinformación, solo cabe reforzar nuestra exigencia y nuestro compromiso con los hechos.
Es positivo ser críticos con las plataformas y abrir un debate sobre los riesgos de monopolio en algunas redes. Sin embargo, la mejor herramienta contra la desinformación es un ejercicio diligente del periodismo, para demostrar que aún existen fuentes confiables y medios con verdadera credibilidad.
|