A veces puede más el vicio que la voluntad. Me había planteado no escribir más “artículos” (las comillas son porque pienso que mis expresiones son más bien escritos, ya que, servidor sólo es un humilde escribidor), pero hay cosas en este país que son muy difícil pasar por alto. Cosas que los medios de desinformación (no es necesario nombrarlos, los conocemos todos sobradamente) nunca acometen, aunque sean de cierta relevancia para el conjunto de la ciudadanía en razón de que constituyen -de manera muy escondida, obviamente- una especie de impuesto más; independientemente, de los muchos que ya pagamos. Los que pagamos impuestos, claro, porque hay a quienes les resbalan y que también son sobradamente conocidos.
Me refiero, como es fácil deducir por el título, a los radares que no sólo están ubicados en las carreteras (mayormente en las autovías, al contrario que en los países de nuestro entorno, ya que, la mayoría de accidentes son en carreteras secundarias, pero…) sino que ahora ya están también situados en las circunvalaciones de los pueblos e incluso en algunas de sus Avenidas si la población, caso de las grandes ciudades, no sólo capitales de provincia y grandes poblaciones (caso de Don Benito en la provincia de Badajoz), tiene una de esas Avenidas. En el caso de Don Benito la Avenida se llama de Europa. Que, dicho sea de paso, no sé a ton de qué, salvo que sea porque sus ganaderos y agricultores se hayan enriquecido con las subvenciones de esa Unión Europea que mantenemos entre todos y de la que muchos no recibimos nada de nada. Bueno…
El caso es que a los ya existentes desde hace bastante tiempo y que permiten a la Guardia Civil de Tráfico (dependiente del Ministerio del Interior y en las CCAA de los Delegados del Gobierno, corríjanme se yerro) recaudar algo así, si mal no recuerdo, como unos 500 millones de euros anuales (lo que supone, echando la cuenta de la vieja, un “impuesto” de unos 100 € a cada vehículo que transita por nuestro amado país), ahora se han añadido los antes citados que, con unos límites paupérrimos (50 K/hora) e incluso menos, no paran de “cazar” vehículos que, dicho sea de paso, tiene muchas dificultades para mantener esa velocidad sino estás con la mirada fija en el cuentakilómetros, lo cual supone un grave riesgo para la conducción.
Quien suscribe este escrito ha recibido, sirva como ejemplo, dos multas de 100 € en una circunvalación de Villanueva de la Serena (Badajoz) -mientras iba al Hospital Don Benito-Villanueva y mientras volvía- por circular ¡con exceso de velocidad! a la nada despreciable velocidad Mach 1 de ¡¡¡51 kilómetros por hora!!!
En este país de nuestras desventuras y multitud de “atracos” escondidos de alguna manera, la política ha llegado a tal extremo que, en razón de su más que excesivo número y su más que estratosféricos sueldos (puestos por ellos mismos, ahí queda eso), ya, los ingresos de nuestros impuestos -directos e indirectos- no dan suficiente para su mantenimiento y el de sus allegados y víctimas del nepotismo, sin olvidar el clientelismo y el adoctrinamiento llevado a cabo durante los más de 40 años desde que se inició la Plutocracia a través de los partidos para poder mantener los privilegios de que gozan “Sus Señorías” que nos gobiernan.
En fin, un “impuesto” más sacado de la manga sin que, en la mayoría de los casos, tenga justificación alguna; sobre todo en las grandes ciudades dado que la circulación suele estar casi siempre convertida en un atasco; y en las otras ciudades donde se han instalado, los datos de accidentes para tener que llegar a estas limitaciones señaladas, son prácticamente inexistentes, por lo que está demostrado que estos radares son, por regla general: “Los radares de los caciques”; o si les gusta más, eliminando el término despectivo cacique: “Los radares de los cazadores de recompensa”.
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