Cuando comencéis a leer mi artículo pensaréis que voy tarde, pero ya sabéis que a mí no me gusta que me impongan una celebración o reivindicación con fecha de caducidad, yo soy más de hacer las cosas a mi manera y en mis tiempos.
El otro día se celebró el 8M, día de la mujer, pero por si aún alguien está confundido, no se celebra que seamos mujeres empoderadas, se celebra el avance en los derechos de la mujer, los logros de aquellas que alzaron la voz y se hicieron escuchar. Es un símbolo de la lucha incansable de las mujeres por la igualdad de derechos y condiciones laborales justas, un camino marcado por tragedias, muchas de ellas cubiertas por un manto tupido y escondidas bajo la alfombra.
Una de las tragedias que no pudieron esconder y que supuso un antes y un después en la lucha por los derechos de la mujer, fue la del 25 de marzo de 1911, el incendio de la fábrica Triangle Shitwaist en Nueva York que se cobró la vida de 146 trabajadoras.
Muchos os estaréis preguntando si acudí a la manifestación, mi respuesta es no, no porque no apoye la manifestación, sino porque no me gustan las aglomeraciones, y porque cada persona interpreta el 8M de una forma distinta, y, queridos lectores, sinceramente, a mis cuarenta y siete años no me apetece discutir sobre lo que realmente significa feminismo, yo soy más de paz mental, de luchar plantando pequeñas semillitas en la educación de mis hijos, de expresar mi opinión en la prensa y avanzar sinuosamente y en silencio.
En la historia existen grandes feministas que, en silencio, han contribuido a ese avance; escritoras como Virginia woolf, Mary Wollstonecraft, Jane Austen, Emily Dickinson, las hermanas Brontë… pero no voy a hablar de escritoras esta vez, voy a hablar de las grandes olvidadas en el día de la mujer, esas mujeres sabias que utilizaban sus conocimientos para sanar y a las que silenciaron, sí, esas a las que llamáis brujas y que fueron unas adelantadas a su tiempo, esas en las que la gente confiaba y pedía ayuda, y esas mismas a las que todo el mundo dio la espalda cuando la inquisición las acusó de adorar al diablo y de brujería.
En la actualidad no nos diferenciamos mucho de aquella época, y aunque parezca que hemos avanzado y hemos conseguido muchos logros, aún nos queda mucho por andar, sí, amigas, el poder y el dinero siguen ganando la batalla, porque no os engañéis, esto no es una lucha entre hombres y mujeres, es una lucha por dinero, siempre lo ha sido.
Si supiéramos preparar ungüentos para la inflamación recolectando plantas como la Árnica, lo mismo las farmacéuticas venderían menos cremas antiinflamatorias, o si supiéramos que la Aswagandha reduce los niveles de cortisol y por lo tanto nos ayuda con la ansiedad y el estrés, o el oler el aroma de la lavanda nos relaja, tal vez no tomaríamos pastillas, pero claro, el conocer todo esto supondría dedicar unos momentos de nuestra vida a la herbología, y entonces no podríamos ver tik tok ni discutir sobre lo mal que va el país.
Sé que es complicado, pero la sabiduría ancestral se está perdiendo, estamos centrándonos tanto en la tecnología que no sabemos hacer nada sin ella, esperemos que nunca nos falte la electricidad ni las comodidades a las que estamos acostumbrados, porque entonces sí que sería el fin de la humanidad, que, en realidad, visto lo visto, no creo que se perdiera gran cosa.
Bueno, si he escrito este artículo es para dedicárselo a aquellas sabias mujeres a las que llamaban brujas, algunas como Isobel Gowdie, Anna Koldings, Merga Bien, o las parteras y curanderas como Agnes Sampson de Escocia y Ursula Kemp de Inglaterra.
En España, más concretamente en el País Vasco, podemos nombrar también a Catalina Salazar, mujer conocedora de hierbas y sanación, acusada de brujería, al igual que Anne Palles, de Dinamarca, quemada en la hoguera también en el siglo XVII.
Podría seguir con una larguísima lista acompañada de las torturas que tuvieron que soportar, ¿Y luego os preguntáis por qué la humanidad no merece ser salvada?
El 8M no fui a la manifestación, pero salí por la tarde al campo, recolecté plantas y susurré al viento una oración por aquellas mujeres llenas de conocimiento que aún susurran sus secretos en el silencio para los que deseen escuchar.
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