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Malos vientos en las redes sociales

Twiter, altavoz preferido de los cobardes
Luis del Palacio
sábado, 15 de octubre de 2016, 10:47 h (CET)
Hay un viejo dicho inglés, de probable origen marinero –“There is an ill wind that blows nobody good”- que podría traducirse libremente como: “Sopla un viento emponzoñado que no trae nada bueno”

Al escribir esto no me estoy refiriendo al huracán Matthew, que acaba de asolar a la ya devastada Haití, sino a otro “viento”, tan malo y destructor, que no asola casas ni cosechas, pero que tiende a corromper las conciencias, a embotar la sensibilidad y echar sal gorda sobre la línea sutil que nos distingue de los reptiles. Ese viento no viene del mar, arrasando los campos, sino que brota de una mente (si es que así puede llamársela) que lo lanza a ese extraño mundo virtual que lo amplifica y amplifica hasta extremos difíciles de concebir. Y lo que no es sino ventosidad excretada por una mente deforme, se convierte de repente en tornado o huracán, se hace “viral” (sí, como un virus ponzoñoso) a través de las redes sociales.

No me gusta Twiter y por eso no lo uso. Encorseta las opiniones en unas pocas palabras y, a diferencia de Facebook, permite el insulto fácil, la calumnia sin consecuencias, el tirar la piedra y esconder la mano. Es el altavoz preferido de los cobardes, como se ha comprobado en muchas ocasiones, ya que su “huella informática” es difícil y costosa de seguir cuando el ofendido decide denunciar al ser rastrero que se esconde tras un mote para insultar con impunidad.

Ese “ill wind that blows nobody good” se ha desatado hace pocos días con motivo del homenaje, en forma de corrida de toros, que se tributó a un chaval de ocho años, Adrián Hinojosa, enfermo de cáncer. Importantes figuras del toreo dedicaron la tarde a darle una sorpresa y, de paso, recaudar fondos para un proyecto de ayuda a la investigación oncológica.

El autor de esta columna nunca ha sido partidario de la corrida de toros española (la portuguesa, por ejemplo, es incruenta) con las llamadas “suerte de varas” y “suerte de banderillas” en las que se martiriza a un a animal al que finalmente se da muerte de una estocada que muchas veces no es certera, con lo que se aumenta, hasta el final, su sufrimiento. Desde aquí se ha contribuido con la palabra a combatir ese resto atávico y bárbaro de nuestra cultura, un anacronismo que dice poco bien de nosotros. Y me explico: los hombres y mujeres del siglo XXI están muy alejados por su formación y cultura de aquellos que vivieron en la ignorancia y el atraso de épocas pasadas; en los tiempos en los que a los animales se los consideraba objetos y se decía que los “salvajes” (habitantes de territorios conquistados) no tenían alma y que, por lo tanto, no era inmoral esclavizarlos. Creo que la mal llamada “fiesta nacional” tiene tanta justificación como las ejecuciones públicas o la vuelta al circo romano. Y sin embargo…

Sin embargo, y aun no alabándole el gusto, uno no puede dejar de sentir ternura hacia el pequeño Adrián; de conmoverse, y hasta admirar esos pases de capote dados con tanto estilo, con el entusiasmo de quien vive una pasión. Incluso –no me voy a morder la lengua- me gustaría que pudiera llegar a realizar su sueño de convertirse en un verdadero torero… porque ello supondría que ha vivido lo suficiente, que su metástasis ha remitido, que está sano.

Y toda esta divagación, con un trasfondo de sentimientos encontrados, me lleva a concluir con algunas preguntas de difícil –quizá imposible- respuesta:

¿Cómo es posible que haya “personas” (?) que deseen la muerte de este niño para que nunca llegue a ser torero, impidiéndose con ello que pueda matar toros?

¿Cómo se puede confundir la defensa de los animales con la aniquilación de aquellos que no han llegado a las mismas conclusiones?

Una vez más, la violencia contra la persuasión; el mazo contra la palabra.

Así nos va.

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