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El poder de las palabras

Francisco Rodríguez
martes, 18 de octubre de 2016, 00:15 h (CET)
Leo un artículo del académico Pérez-Reverte en el que se queja de la pasividad de los miembros de la RAE ante la jerigonza que pretenden hacernos hablar nuestras cuestionables autoridades en aplicación coercitiva de la ideología de género. Si no decimos compañeros y compañeras, ciudadanos y ciudadanas y otras cosas por el estilo es que somos unos carcas anticuados, que nos oponemos al avance de no sé qué derechos y conquistas. Por lo pronto lo que se vulnera es el lenguaje y la gramática ante la pasividad de nuestros académicos.

También leo que Doña Hilaria Clinton, la candidata demócrata de USA, quiere cambiar los códigos culturales y religiosos del pueblo americano que se oponen a su cruzada por difundir el control de la natalidad y el aborto a escala mundial. Como la Iglesia católica defiende la familia y el derecho a la vida, esta activista busca que sean católicos “progres” los que encabecen una rebelión contra la iglesia en USA.

En Quito comienza la III Cumbre del Habitat, que impulsa la ONU, en la que pretenden imponer el aborto y la adopción gay, pues parece que es más importante cambiar los códigos culturales y religiosos de todos los países que se dejen, que conseguir alguna vez el cese de las guerras que se están librando en el mundo.

Reflexionando sobre todas estas cosas caigo en la cuenta de que todo empieza con la manipulación del lenguaje, unas palabras dejan de utilizarse y otras se repiten constantemente, adornadas con engañosos eufemismos como por ejemplo se habla de salud sexual y reproductiva o de planificación familiar cuando realmente se impulsa el negro negocio del aborto en el que no solo se asesinan a los niños por nacer sino que se comercializan enteros o por trozos para clínicas y laboratorios.

No se habla de la complementariedad de los sexos, sino de orientación sexual aunque ello incluya verdaderas atrocidades antropológicas, como el mantener que no existen varones y hembras, ya que el sexo es una construcción social que no tiene que coincidir necesariamente con el sexo biológico. Así se anima a los niños pequeños a que elijan sexo, incluso sometiéndose a tratamientos hormonales, pero se persigue a los adultos que sienten tendencias homosexuales y quieren salir de ello y a los que le ofrezcan ayuda...

La palabra matrimonio es de las que se está eliminando del lenguaje, sustituida por pareja y la sociedad, incluidos los que se dicen católicos, lo han aceptado como normal. Lo de pareja es algo como más fácil de abandonar y sustituir que el matrimonio como compromiso de toda la vida. También aceptamos sin pestañear que existieran varios modelos de familia metiendo en un mismo saco cualquier tipo de unión, sin distinguir lo que es una familia y lo que no lo es.

Mientras tratamos de entendernos con todo el mundo hablando inglés o español, todos los nacionalismos insolidarios lo primero que han hecho es educar a las nuevas generaciones en una lengua distinta para indicar que si hablamos diferente es que somos diferentes y no tenemos que estar juntos.

Quien se adueña de las palabras termina sometiéndonos a su voluntad, a sus manejos, a sus intereses. Por favor, reflexionemos sobre todo esto antes de que sea demasiado tarde.

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Esta año ha sido especialmente complicado, pero especialmente triste por los que nos han dejado, aunque si bien se han ido muchos han dejado un legado que perdurará eternamente, personas como Dº Federico Mayor Zaragoza, el doctor Bartolomé Beltrán, la actriz Marisa Paredes, la escritora Rosa Regás o el gran maestro compositor Manuel Lillo, y me gustaría dedicarle este artículo a ese gran compositor.

Los niños del 'baby boom' que ya no son tan niños, empiezan a jubilarse. Muchas empresas tienen dificultades para encontrar personal cualificado que sepa desempeñar el trabajo que ahora ellos dejan vacante, pero la situación empeora aún más cuando hablamos de pequeños negocios familiares.

Seguramente ya no lo recordarás, el tiempo es lo que tiene, que filtra a su antojo lo que hicimos y lo viste de sensatez para poder permanecer tranquilo mientras criticas cómo los jóvenes hacen lo que hacen y afirmas que, en tu época, todo eso era impensable. Y sabes que mientes o, que al menos, no dices toda la verdad.

 
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