Tras la victoria de Trump en las presidenciales de EE.UU, se ha desatado la idea generalizada de un cambio profundo en el statu quo mundial. Por statu quo, entendamos al conjunto de valores e ideas predominantes (con sus proyectos en ejecución asociados y las normas, instituciones y líderes que las proyectan y sustentan), defendidas en una época o momento dado por una élite política, organismos, medios de comunicación de masas y productores y creadores de cultura y entretenimiento. Puede haber mejores definiciones y más completas que esa, pero quedémonos con esta.
Para seguir con la brocha gorda, digamos también de forma simplificada que se trata del statu quo del globalismo, del ‘consenso progre’ y de la socialdemocracia. Hay quien metería en ese saco a lo «woke», y creo que su penetración ha llegado tan lejos, incluso invadiendo las mentes de viejunos socialdemócratas, que es razonable incluir el ‘wokismo’ dentro.
Tal ha sido el impacto en la izquierda de la llegada de Trump que el mismo progresismo reconoce el fin de su dominancia. Huyen despavoridos de X, antes Twitter, y advierten que el mundo se dirige al abismo mientras levantan pancartas en defensa de la democracia y anuncian ese apocalipsis tantas veces prometido por ellos mismos, sus padres, abuelos y bisabuelos. Presentan a Pedro Sánchez -cuando un statu quo no tiene banquillo pasan estas cosas- como su líder planetario y contrapeso a Trump y a su nuevo orden mundial y cultural. Parecería que hasta Gaia se hubiera transformado en el hogar del maligno, una especie de guarida al estilo Mordor.
Señoras y señores, los nazis han vuelto y ahora dominan de nuevo el mundo. Cojan sus bártulos, posesiones aun no confiscadas y huyan con sus familias a lugar seguro. Noruega, España, Sajonia, Corea del Norte, México; qué sé yo, a cualquier territorio virgen donde no haya llegado la lluvia ácida aún.
Una izquierda infantil que lleva jugando un siglo al parchís, volviendo una y otra vez a la misma casilla de salida, a ese falso pasado de hace ya un siglo en el que ellos se autopercibían como lo únicos buenos y todos los demás eran malos, todos fascistas o nazis. No van a salir de ese túnel del tiempo nunca; un siglo de parálisis cerebral es demasiado para reavivar cualquier cerebro.
En todo caso, sus oponentes no deberían cantar aun victoria ante los progres y globalistas. Tres décadas marcando quién es o no buena persona y a quien darle o no la pasta dejan su huella e igual nos encontramos a la bestia más fuerte después tras perder una batalla y dar un paso atrás para coger impulso. Ni están muertos ni sus ideas, organizaciones y proyectos en marcha se han caído por ningún precipicio. No veo a las agencias y organismos que cuelgan de la ONU o a la UE virando el Titanic a ningún lado ni cambiar ninguno de sus proyectos ni burocracias. Tampoco los cineastas de Hollywood y los paniaguados españoles van a dejar de hacer las mismas pelis de siempre. Disney anuncia un paso atrás en toda su locura woke, pero no le cree aun nadie mientras no haya dimisiones masivas o despidos y mutación en plan Twitter.
Los defensores del statu quo -entre ellos nada menos que el más poderoso hasta ayer dentro de su élite política, Joe Biden, arremeten ahora contra los poderosos empresarios y millonarios que forman parte, al parecer, de la corte de Trump, criticando que se acerquen al poder y dibujando una especie de advenimiento de la tecnocracia –tecnofeudalismo dicen algunos en el margen izquierdo- donde estos magnates y dueños de medios de comunicación usurparán la democracia, y nos harán a todos esclavos antes de irse a Marte y dejarnos aquí empobrecidos en un planeta convertido por entonces en un basurero contaminado. La creación de relatos y banderas sobre las que reconstruirse una y otra vez es santo y seña de la izquierda.
No solo van contra Elon Musk, epicentro de casi todas las críticas y odios, también forma este eje del mal, Zuckerberg, hijo predilecto del progresismo hasta ayer y vil traidor a la causa hoy , tras revelar ahora la censura y continua presión por parte del Gobierno de EEUU todos estos años, abominar de las empresas de verificación y asistir en primera fila a la toma de posesión de Trump.
En la diana, también el mismísimo Bezos, otro millonario con cohetes y por tanto automáticamente un ultraderechista. ¿Su gran error? No pidió el voto para Kamala Harris a través del Washington Post, periódico de su propiedad, tradicionalmente progresista que siempre pidió el voto para los demócratas. Esta vez, su dueño decidió ser neutral y no pedir el voto para ninguno. Craso error Jeff, si eres equidistante eres nuestro enemigo.
Se acusa a Elon y a Mark de ser los nuevos lacayos del fascismo trumpista por apostar en sus redes y medios por la libertad de expresión sin el yugo de la regulación interesada de gobiernos y los filtros sesgados de las verificadoras. Los que despotrican de los millonarios tecnológicos y huyen de X se van jodidos porque ya no pueden censurar las ideas contrarias, no porque les censuren a ellos. Llevaban décadas mimados, acostumbrados a silenciar muchas de las opiniones de sus adversarios y ahora lloriquean como niños pequeños porque el dueño del parque les ha quitado la pelota y ahora el balón es de todos los equipos, no solo de ellos. Y por eso se van a otro parque -llámalo Bluesky hoy o como quieras mañana- para jugar solo ellos y hablarse en su cámara de eco. Los mismos que despotricaban de Trump cuando el tipo se montó su propia red social con Truth Social al ser expulsado de Twitter. La diferencia está en que a éste le echaron de Twitter, y los otros huyen como críos por decisión propia.
A todos estos que huyen, como a Biden, parece que les gustan más otros millonarios -estos si más aseados y presentables parece ser- que defienden las ideas y la agenda política del statu quo que se desvanece. Los Gates, Soros, Hoffman y otros del mismo pelaje y sus multimillonarias inversiones filantrópicas en los proyectos del globalismo y en apoyo de organizaciones e ideas progresistas durante décadas son los millonarios buenos. Ellos sí pueden acercarse al poder, recibir sus medallas y su atención y eso no supone una intromisión partidista del capital en la democracia. Ellos son los multimillonarios buenos, tanto que no provocan ni siquiera envidia. Curan su complejo de millonarios a base de filantropía progresista y duermen a pierna suelta cada noche, sintiéndose los guardianes de la democracia y los guardametas del poder. Son más reservados, menos vacilones que los Musk y compañía, muestran menos sus enormes carteras y publican menos tweet. No se pasan todo el día compitiendo a ver quien lo tiene mas grande – el cohete, digo – y en general caen mejor. El sistema se encarga o encargaba de mantenerlos en el altar porque son de los buenos y de los nuestros y en proceso de beatificación.
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