En la bendición de las tradicionales figuras del Belén, el Papa Francisco nos pedía el último domingo de diciembre que aprendamos a maravillarnos ante el don de la vida. Nos recordaba que ningún niño es un error y que tenemos la responsabilidad de poner en valor la maternidad hasta el punto de que sea bendecida en todo el mundo.
Unas palabras así son hoy toda una declaración de principios, profundamente revolucionarias y contraculturales, en un momento histórico en el que la corriente dominante apuesta más bien por la cultura de la muerte e incluso lanza mensajes constantes de que, con lo mal que estamos, traer un niño al mundo es, en realidad, un acto de egoísmo.
La propaganda al uso es tan insistente, que no podemos dar nada por supuesto. Por eso mismo, como dijo el Papa, en lo primero que debemos caer en la cuenta es en que hay una realidad que nos viene dada, que la vida es don, y que ante ese don, debemos maravillarnos. La consecuencia inmediata de ese asombro ha de ser la valentía para dar testimonio con gratitud en el ámbito público.
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