El pasado nunca muere, ni siquiera es pasado
Hace unos días, el presidente del Gobierno ordenó la celebración de más de un centenar de actos conmemorativos por el 50º aniversario del fallecimiento de Franco, con una coletilla que decía: “para que los jóvenes sean conocedores de lo que supuso el franquismo”.
Cuando uno quiere escribir sobre Franco, su régimen y su formación militar, no cabe duda de que existe una cierta privacidad en torno a la vida del general. Raúl Morodo, quien fue embajador, afirma en una de las más ilustres biografías: “La historia intelectual bajo el franquismo es muy compleja. Cuando se realice de forma sistemática y distante, será, sin duda, un documento importante para conocer, desde esta óptica, una parte cualificada de la sociedad cultural y política de los cuarenta años de franquismo”.
No sé si, de estar vivo Franco en la actualidad y fallecer en estos días, su muerte causaría el mismo impacto que tuvo en aquel entonces. La vida ha cambiado, y los efectos de aquellos años de poder absoluto, así como los sentimientos de patriotismo que antes se vivían, sin duda serían diferentes. El concepto de patria ha ido perdiendo peso con el tiempo, bien por la desaparición del servicio militar —como me comentaba recientemente un militar de alto rango— o porque, como decía el embajador, la historia intelectual de aquellos años no es comparable a la de ahora.
El rejuvenecer de Franco está siendo impulsado a diario por el Partido Socialista, que lo resucita constantemente en el debate público. Solo les ha faltado atribuirle la DANA a Franco. La historia está ahí para recordarla, no para distorsionarla con falacias y embustes disfrazados de verdad. Este recordatorio de los 50 años de su muerte, al menos para mí, evoca una memoria artificial y caduca. No hay que olvidar que los españoles, juntos y con valentía, redactamos una Constitución generosa que representó un pacto entre todas las fuerzas políticas de la época.
Es fundamental leer la historia desde ambas perspectivas, tanto la de unos como la de otros, para comprender lo que nos dejó: una España llena de logros que incluso los más críticos reconocen. Tras una guerra traumática, desgarradora y dolorosa para ambos bandos, algunos la recuerdan con ira y ansias de venganza, una venganza que los nuevos socialistas siguen alimentando a pesar del paso del tiempo.
Lo más difícil de reconocer es aquello que todo el mundo ha decidido no ver. La confusión y la duda se apoderan de quienes no vivieron el régimen de Franco, lo que les lleva a interpretarlo de manera sesgada o, en el peor de los casos, a aferrarse a prejuicios que les impiden un análisis objetivo. De vez en cuando, surgen titulares afirmando que Franco era un verdadero socialista. No sé si esa es la palabra adecuada, pero lo cierto es que, tras una guerra fratricida y con un país destrozado en todos los sentidos, fue el régimen franquista el que emprendió la ardua tarea de reconstruir una nueva España. Ni más ni menos.
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