Últimamente, Trump parece pensar que la Sirenita de Copenhague le pertenece. También cree que son suyas todas las ovejas de Islandia, todo el trigo de Ucrania y hasta las piedras de la Muralla China. Para él, los canguros zurdos empadronados en Australia forman parte de América, al igual que todas las islas del mundo que estén rodeadas de mar.
Por ahora, España sigue siendo una península, pero, según su lógica, todas las penínsulas del mundo que tengan árboles con frutos también son territorio americano. Allí donde la gente cuente chistes, será América. Donde no, también.
La playa de Gandía y el Palau Ducal han pasado a ser parte de América. Trump quiere el antiguo cauce del Turia para montar un resort como el de Mar-a-Lago en Florida. El castillo de Santa Bárbara de Alicante y el Palmeral de Elche ya forman parte de su imaginaria propiedad americana. Castellón se lo queda entero, incluido el Parque Natural de las Islas Columbretes. Xàtiva también pasa a ser americana porque Trump necesita recoger sus recetas de la Seguridad Social en la antigua botica central. El hombre tiene una edad. Alcoy tampoco se libra: su Museo de la Fiesta de Moros y Cristianos le recuerda demasiado a América como para dejarlo fuera.
Por lo que se ve, en la cabeza de Trump, hasta las plumas de los gorriones son suyas. Quizás el hielo de Groenlandia pueda devolverle al mundo real.
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