En un país herido por los estragos de la Guerra Civil, una niña con los ojos siempre puestos en el cielo decidió desafiar las convenciones de su tiempo. Mientras otras niñas soñaban con destinos predestinados y los salones de sus casas resonaban con las voces de las radionovelas, Assumpció Català i Poch eligió las estrellas.
Nacida en Barcelona el 14 de julio de 1925, su pasión por el cosmos brotó en su niñez, alentada por un tío abuelo que la llevó a mirar las estrellas en noches claras de Tarragona. Aquel firmamento se le quedó grabado en el alma, y desde entonces supo que su vida estaría entre cálculos celestes y órbitas infinitas.
Cuando llegó el momento de elegir una carrera, no había duda y buscó aquello que pudiera acercarla más al universo. Estudió Matemáticas en la Universidad de Barcelona, una decisión tan audaz como inusual en aquellos años.
Era una joven rodeada de hombres en las aulas, una figura solitaria que, sin embargo, destacaba con su brillantez académica. "Siempre puedes dar clase, como yo", le decía su madre, temiendo por su futuro en un mundo donde las mujeres no se consideraban aptas para las ciencias.
Pero Assumpció no se amilanaba. Entre libros prestados y matrículas de honor, no solo aprobó, sino que deslumbró, ganándose un puesto como ayudante en la universidad mientras comenzaba su trayectoria como investigadora.
En un despacho modesto, con una calculadora Olivetti que manejaba con destreza, inició su labor en la cátedra de Astronomía. Desde allí, sin apenas recursos, realizó cálculos de órbitas de cometas y observaciones solares. Las condiciones eran casi épicas: cortes de luz constantes y libros de astronomía que su padre conseguía gracias a la valija de un banco.
Su trabajo, no obstante, marcó una época. Desde el observatorio de la universidad, sus observaciones se enviaban a Zúrich, cuando aún no existían los satélites y el universo se desentrañaba con lápiz, papel y una paciencia infinita.
La vida de Assumpció Català estuvo marcada por hitos pioneros. En 1971 se convirtió en la primera mujer en doctorarse en Matemáticas en la Universidad de Barcelona. Cuatro años después, fue la primera astrónoma en una universidad española.
Pero no fueron los títulos lo que definieron su carrera, sino su capacidad para abrir horizontes. En pleno auge de la carrera espacial, participó en el Año Geodésico Internacional y, más tarde, representó a España en la misión Hipparcos de la ESA, un proyecto que midió con precisión los movimientos de millones de estrellas.
Su legado científico, no obstante, no puede separarse de su dedicación docente. Català formó a generaciones de astrónomos y astrónomas, impartiendo clases que iban desde la mecánica celeste hasta la astronomía árabe. Sus alumnos, muchos de ellos ahora figuras destacadas, la recuerdan como una maestra exigente, de mirada afilada y entusiasmo contagioso. No solo enseñaba números y órbitas, sino la pasión por un universo donde aún quedaba mucho por descubrir.
Assumpció también fue una incansable divulgadora, colaborando con la revista National Geographic y publicando numerosos libros y artículos que hicieron accesible la astronomía a todos. Pero quizás lo más fascinante fue su capacidad para combinar ciencia con historia. Su interés por la astronomía árabe y por los orígenes de esta disciplina en España la llevó a rescatar del olvido tratados antiguos, devolviendo su relevancia al pasado mientras miraba hacia el futuro.
A pesar de todos los obstáculos, Assumpció Català no buscó jamás el reconocimiento, aunque este terminó llegando. En 2009, la Generalitat de Cataluña le otorgó la Cruz de Sant Jordi, uno de los mayores honores civiles. Pero para ella, el verdadero premio era transmitir a las nuevas generaciones su pasión por el cielo. "Que nunca se desanimen", dijo en una entrevista poco antes de morir, "la vocación les dará satisfacciones que no se imaginan".
El 3 de julio de 2009, Assumpció Català falleció en su querida Barcelona, dejando un legado de estrellas, cálculos y caminos abiertos. En 2016, el telescopio del Parque Astronómico del Montsec fue bautizado con su nombre, un homenaje a quien, desde su rincón humilde, trazó un puente entre la Tierra y el cosmos. Porque si algo nos enseñó esta mujer es que, incluso desde las condiciones más adversas, es posible tocar el cielo.
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