La élite intelectual del Antiguo Egipto no cargaba piedras ni alzaba templos, pero eso no significa que su trabajo fuera un paseo. Los escribas, burócratas de cálamo y papiro, pasaban sus días encorvados sobre tablillas y rollos, dejando en sus huesos la factura de una vida de movimientos repetitivos y posturas forzadas. No muy distinto de lo que sufre cualquier archivero o profesional que se dedique el día entero a escribir en nuestra civilización contemporánea. Pero ellos no tenían fisioterapeutas ni sillas ergonómicas.

Un reciente estudio publicado en Scientific Reports ha puesto al descubierto el precio físico de su privilegiada labor. Tras analizar los restos de 69 varones del Imperio Antiguo (2700-2180 a.C.), los investigadores encontraron que aquellos identificados como escribas—gracias a los títulos grabados en sus tumbas—, mostraban un patrón claro de desgaste óseo en la columna vertebral castigada, mandíbulas deterioradas y articulaciones deformadas. Escritura claramente en vena y vértebras.
El precio de una vida entre cálamos y papiros
La escritura, arte que los elevaba por encima de campesinos y obreros, les pasaba factura de formas insidiosas. Por lo que respecta a la mandíbula, los cálamos, hechos de junco, debían masticarse constantemente para mantener la punta blanda y este gesto repetitivo dejó su marca en la articulación temporomandibular. Pasaban tanto tiempo mordisqueando su herramienta de trabajo que acababan con artritis en la boca.
El verdadero castigo estaba en la postura. Nada de escritorios amplios ni sillas acolchonadas, estos hombres escribían sentados con las piernas cruzadas, arrodillados o inclinados sobre un soporte. El resultado, con el paso de los años, era una espalda que crujía como papiro seco y unos hombros que gritaban en silencio. Especialmente el derecho, porque la mayoría eran diestros y el desgaste óseo se concentraba en ese lado del cuerpo.
Esto es lo que pasa a los archiveros y profesionales de la educación o la escritura cuando ven que su hombro derecho se inflama más que el izquierdo, la artrosis deja huellas en los cuerpos, dejaron en los antiguos y dejan en los contemporáneos.
Incluso sus rodillas y tobillos mostraban señales de haber aguantado más tensión de la cuenta. Algunas posiciones no eran solo incómodas, sino destructivas. Y no había analgésicos para cuando la artritis empezaba a hacer estragos.
Contemporáneamente, los archiveros suelen sufrir de rodillas, mucho tiempo sentados y mucho tiempo cargando el peso de legajos que, en archivos históricos, pueden ser descomunales. Pero hay que rescatar documentación del olvido y ponerla al servicio de la investigación, para hacer o recrear, actualizar la historia, que un día fue presente y habló de hechos que hoy pueden ilustrarnos.
Una vida de privilegio, pero con achaques
Para los estándares de la época, los escribas no lo pasaban mal. Eran educados, respetados y fundamentales para el funcionamiento del Estado. Registraban impuestos, redactaban decretos, documentaban ceremonias, eran el engranaje silencioso que hacía girar la administración faraónica.
Pero su alta posición no los libró del desgaste físico. No trabajaban en la intemperie ni con herramientas pesadas, pero los estragos del tiempo sobre sus huesos demuestran que su profesión no estaba exenta de sacrificios. Lo que hoy llamamos "síndrome del cuello de texto" o lesiones por esfuerzo repetitivo ya se manifestaba en el Egipto de los faraones.
Los primeros en sufrir los males del trabajo sedentario
El estudio arqueológico nos devuelve una verdad incómoda: los problemas de oficina no nacieron con las computadoras.
Hace más de 4.000 años, los escribas egipcios ya pagaban el precio de pasar largas horas en una misma posición, repitiendo los mismos movimientos una y otra vez.
Cambiemos el cálamo por un teclado, el papiro por una pantalla y los síntomas siguen siendo los mismos. Háganse una radiografía o resonancia los profesionales contemporáneos del sector y quedará probado todo lo que venimos diciendo.
Tal vez, si estos escribas egipcios hubieran tenido fisioterapia o un descanso más largo entre inscripciones, sus esqueletos no llevarían hoy las cicatrices de su oficio o no tan acusadas. Pero eran escribas y escribir, entonces como ahora, siempre ha tenido su precio.
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